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LA BARRENDERA. (23) Lamentos en la oscuridad

(23) Lamentos en la oscuridad

Metrópolis 12 Mañana

Metrópolis 12 Mañana
Horas más tarde un taxi llegaba enfrente de una imponente mansión, de él bajo una mujer muy elegante. Su profesión era barrendera, pero nadie hubiera dicho que se dedicara a aquello. Tenía estilo y se movía como si fuera una modelo. Pisaba fuerte y estaba dispuesta a decir a su familia adiós para siempre. Les quería demostrar que la clase no se olvidaba y, mucho a su pesar ella era toda una señora. Había llorado lágrimas de sangre, pero seguía en pie, más fuerte que nunca.
La abrió la puerta un mayordomo joven. No la conocía y aún así la dejo pasar. Lo que pueden hacer las apariencias. Las puertas se cerraron en su espalda. Ya no había ya escapatoria...
- Bienvenida a la mansión Luthor. Pronto será atendida. ¿A quién tengo de placer de anunciar a mis Señores?
- A la Señora Serenety de New York.- Decidió al instante Lena. Sentía una fuerte opresión en el pecho, que le impulsaba a huir. Refugiarse en el apellido de su amiga le daba seguridad. A parte, se percato que le daba algo de placer burlarse de sus padres. Probablemente, bajarían solícitos para atenderla. Tristemente, debías de tener mucho dinero porque te tratasen en bandeja de oro.
El servicial empleado doméstico subió las escaleras y desapareció de su campo de visión. Los nervios seguían atormentándola. Se entretuvo estudiando la impersonal planta baja. Muchos objetos decorativos lujosos, caros e impersonales. Los cuadros, que solían renovar con frecuencia, le parecieron horribles y fríos. Una decoración muy cargada y ostentosa. En su infancia pensaba que vivía en una casa de muñecas de porcelana. Era una niña dentro de un gran engranaje inmutable y perfecto. Le he estaba prohibido jugar fuera de la habitación de juegos y debía de cumplir unas estrictas normas de etiqueta.
El mobiliario había sido renovado, pero la filosofía que imperaba en él no. Le seguía evocando sus últimos días en el seno familiar. Arriba de las escaleras había su madre fulminándola con la mirada, alegrándose de que se marchará. Su padre no se digno en salir de su despacho. Su hermano práctico el escapismo, dinamitando el poco afecto que se tenían.
El mayordomo tardo en regresar, y lo hizo para pedirle un poco más de tiempo de espera. Lamentó no haberse presentado con su apellido paterno. Estuvo tentada en revelarse y violar su privacidad. Subiría las escaleras corriendo, entraría a sus instancias privadas y les escupiría todo su resentimiento. A pesar, que con el tiempo había conseguido dominar su temperamento, no evito ser exigente con el pobre chico. No había abandonado a su pareja, en una situación crítica en su relación, en vano. Empezaba a lamentarse de su decisión razonable, pero precipitada.
- Diles que mi tiempo es oro, no se negocia.- Le exigió. Probablemente, aquello irritaría a Lillian, acostumbrada a imponer su santa voluntad.
El chico subió de nuevo las escalas, pisándolas fuerte. Parecía que temía a su jefa. Se avecinaba una tormenta tremenda y probablemente desearía estar lejos de ellas. El ambiente a la mansión era fúnebre. La enfermedad del patriarca lo había oscurecido todo y Lillian parecía haber enloquecido. Lena pensó en Kara, ya la extrañaba. Necesitaba agarrarse a algún sitio. Terminó apoyándose en la puerta. Empezaron a escucharse chillidos.
-¡Rappel ya conoce la política de la casa!- Aquello era inédito, la gran Señora Luthor perdiendo el decoro. Lena se estremeció. ¿Perdería el miedo a la mujer que quiso ser su madre y no lo logro?
- Lo siento. Pero la Señora Serenety tiene mucha urgencia en verla. ¿Qué le digo?
- ¡Ya basta de disputas tontas! Conozco los Serenety de New York y no les gustará nuestro desplante. A parte, no toleraré ninguna descortesía en mi casa.- les censuro Lionel Luthor, con una voz muy ronca.
- ¿Querido, que haces levantado? El médico te ha aconsejado reposo.- Le regaño molesta su mujer, odiaba que se entrometiera en sus asuntos.
Lena, cansada de esperar determinó ir al corazón del huracán. Las voces procedían del salón particular de su madre, donde siempre se refugiaba para hablar con sus amigas y dónde usaba a la gente como sus títeres. La puerta estaba entreabierta, permitiéndole escuchar mejor su conversación. Se detuvo enfrente de la habitación y los observo.
Lillian iba vestida con elegancia. Su rostro no reflejaba su auténtica edad. Probablemente se había gastado un pastón en cirugía estética y estilismo. Mientras su padre, había envejecido 10 años de golpe. Se le veía muy delgado, tanto que se le marcaban todos los huesos. Su rostro estaba fundido y era la máscara de la muerte. Se paralizo. Dolía verlo tan deteriorado. Cogió aire y lo dejo ir lentamente. Determinó entrar. Dio golpecitos a la puerta antes, haciendo que se callasen y se girasen hacia ella.
- Hola padres, la oveja negra ha regresado a su hogar.- Les saludo de forma irónica. Sus rostros empalidecieron. Fueron incapaces de articular ninguna palabra. Su reacción les pareció algo cómica y se rió.- Ya veis he sobrevivido sin vuestra ayuda.
- ¿Rappel, no decías que nuestra visita era la Señora Serenety?-preguntó Lillian. La dejo de mirar, rechazándola por enésima vez. Estaba fuera de sus casillas, la situación se le había descontrolado. El mayordomo la miro cómo un corderito degollado.- ¡Vete de mi presencia!- el pobre chico la obedeció, sin antes dedicarle una sonrisa algo misteriosa, como si hubiera un secreto entre ellos. Era guapo y parecía desubicado en aquella profesión doméstica.
- Eso es correcto madre. Yo soy la Señora Serenety, viuda de la heredera del clan.- Le informó sin perder la sonrisa. Disfrutaba de verla descolocada. Leyó de inmediato el asco que sintió por el simple hecho de haber estado casada con una mujer.
- ¡No dejarás de ser una desvergonzada! Sólo te faltaba ser una degenerada.- Le clavo sus ojos marrones, llenos de asco. Sus palabras aún tenían la capacidad de herirla.- A pesar de mostrarte tan elegante, no ha cambiado tu esencia. Sigues siendo la misma insensata y descreída que se atrevió a desafiar a la mano que te dio de comer.
- ¡Ya basta Lillian! ¡Cállate!-intervino contundentemente Lionel. Sus facciones estaban muy serias y su mirada irradiaba potentes descargas eléctricas.- ¡No permitiré más que la sigas dañando! ¡Por favor, si aún me quieres, respétala! Más aún, te exijo que le pidas perdón por tus malos tratos.
La situación era muy incómoda. Lena contuvo la respiración. Su mirada se había quedado fijada hacia su padre. Se sintió muy agradecida con él. Nunca antes se había sentido tan respaldada. Jamás le había llevado la contraría. Pensaba que era porque creía lo mismo de ella, o porque pasaba olímpicamente de su familia. Por el otro lado, era incapaz de sostener el contacto visual con su madre. Lentamente desplazo la atención hasta ella. La hallo mordiéndose la sonrisa. Estaba lejos de acatar la voluntad de su marido. Estaba harta de obedecerle y de seguir tolerando según qué circunstancias. En el profundo de su ser deseaba ya quedar viuda para zanjar un largo periodo de su vida lleno de sacrificios. Se sentía más que satisfecha, con parte de su ambición saciada.
- ¡No Lionel, eres tu quién deberías disculparte primero! Para empezar, me impusiste que adoptásemos a este engendro humano. No sabes que tortura ha sido para mí ver su rostro la mayoría de días, recordándome que nunca me quisiste. Luego, he tenido de tolerar que la valorases más que a nuestro propio hijo, sangre de tu propia sangre. ¡No sabes el daño que le has ocasionado!
- Entiendo. No sabes cuánto lamento no haber realizado las cosas de otro modo. Quizás, nunca te hubiera conocido y escogido como esposa.- Su declaración también fue un golpe bajo que hizo enmudecer a su mujer.
La barrendera los escuchaba perpleja. Sus palabras afiladas e hirientes le generaban un almanaque emocional. Le transportaron en su triste infancia, creciendo sintiéndose un animal doméstico que se tenía por pena. Y le invoco a su pareja. La noche pasada habían sido capaces de herirse debido a la decepción, se les había caído las máscaras o las armaduras y reflejaron sus miserias. Percatarse de los límites hilarantes alcanzados era doloroso. En aquellos instantes se mimetizo con sus progenitores. Lamento más haberse ido tan rápido de su hogar, sin darse la oportunidad de sanar sus corazones. A pesar de qué la distancia ayudaba a conquistar la serenidad, quizás tanta lejanía no ayudaría. Demasiado tarde para los lamentos.
El sonido de un golpe seco la volvió a la realidad abruptamente. Lillian había entado en acción, agrediendo con rabia a su marido. Quizás no se había ganado la medalla de la dignidad, pero no estaba dispuesta que se la quitaran. Orgullosa y segura. No había ningún ser humano por encima de ella. De todos sus defectos, se había de reconocer que era una mujer de fuerte carácter, luchadora y tenaz con sus objetivos. Férrea protectora de su hijo. Era capaz de sentir el amor, no era una taula rasa. ¿Por qué a ella no la quiso? La clave estaba en aquellas duras revelaciones, se le impuso que la adoptase. Consiguió empatizar con ella un poco. Detrás había un misterio que le empezó a inquietar.
- ¡Ya basta! ¡Parad de discutir!- les grito, harta de oírles. Estar lejos de Kara le afectaba y deseaba apretar el acelerador. Descubriría porqué el patriarca Luthor la buscaba. Si buscaba su perdón se lo ofrecería.- El pasado ya es inmutable. No sé porque, pero me adoptasteis. Sólo sentí un poco de amor por parte de ti padre, y siempre te lo agradeceré. Has sido un poco de luz en medio de tanta oscuridad. Muchas gracias por defenderme ante mi madre.
- Bravo, bravo... ¡Qué me emociono!- se burló de ella Lillian descaradamente.
- ¡Por favor cállate Lillian!- se interpuso de nuevo su marido.- ¡Vete de aquí! Luego hablamos.
Se desafiaron visualmente. Lionel a pesar de su vulnerabilidad fue incapaz de imponer su voluntad. Consiguió que lo obedeciera sin rechistar. Sólo los actos y gestos le delataron. Estaba muy enfadada y ofendida.
La última mirada asesina se la dedico a Lena. La niña angelical que se obstino a no querer. Lejos de sus pronósticos, había florecido y convertido en una mujer imponente y bella como lo fue su madre. El destino a veces no se podía manipular, pero tampoco estaría dispuesta que se interpusiera en sus intereses.
Su ausencia dejo un hondo silencio. Indigesto e inquietante. Si ponías imaginación, estarías muy expectante para comprobar sí una mujer despechada apareciera en escena apuntándote con una pistola. Suposición exagerada, pero podía ser certera. Pues a la gran Señora Luthor no le gustaba perder y siempre te lo recordaba. En aquella ocasión tolero el desprecio, porque sabía que le quedaban pocos días de vida.
Lionel tosió. No se sentía fuerte por afrontar aquel duro reto. También le dominaban los nervios. La estudió con calma, admirando su figura estilizada y elegante. Era bella cómo lo fue su madre. Sus mismos ojos, tan únicos y especiales. Se enamoro de ellos nada más verlos. Entendía los celos de su mujer. Aquel encanto de mujer, que resplandecía ante él, con una seguridad exultante y con una mirada llena de resentimiento, era su espejo. Sabía que era la única puerta que debía de cruzar para irse en relativa paz.
- Hija, me alegro mucho de verte. Lamento, que sean en esas tristes circunstancias. Debería de haberte buscado mucho antes.- Admitió, con la voz entrecortada. Mantuvo el contacto ocular en todo momento. Estaba siéndole muy franco.- Me gustaría abrazarte, pero sé que no merezco tu afecto.
Decían que tener la muerte acariciándote, te desnuda el alma y ves tú mundo desnudo. Los errores siguen ahí, como un pesado equipaje que te acompañara en el ataúd, o no. En todo caso, las consecuencias de tus actos permanecerán intactas. Su hija era el resultado de un grave delito, que trato de enmendar.
Lena leyó su desesperación. La rabia y resentimiento fueron vencidos por la compasión. Aquel hombre que le suplicaba, con gestos, perdóname era su padre. La única persona que le dio poco de afecto. Un ser que siempre percibió lejano y frió. Un ser que no dudo en echarle de su hogar por haber cometido un error juvenil. Pero era un ser con defectos y que se había quitado la mascará de hombre duro. Su ser reflejaba tanto amor, que fue incapaz de rechazarle aquel simple contacto.
Se le acerco lentamente y permitió que le rodeara con sus débiles brazos. Su cuerpo desprendía calidez. Sintió el recogimiento y protección que hubiera necesitado en su adolescencia. Levanto los brazos, le rodeo el cuerpo y lo estrecho con fuerza. Los ojos se le humedecieron. La niña herida que seguía en su interior salió a la luz. Necesitaba respirar y vivir.
Se separaron minutos después. Ambos se sentían muy cohibidos. Tomo las riendas Lionel, consciente que había mucho en compartir. Le invitó ir a su despacho y hablar tranquilamente. Quería conocer a su hija y narrarle la verdad de su existencia. Por mucho que le generase más dolor y lo odiase más, debía de ser fuerte. Decían que la verdad liberaba y nos daba herramientas para sanar las heridas. Quizás, también sería un acto egoísta, pero sería un gran acto de justicia.
Anduvieron en silencio hasta el espacioso y lujoso despacho del patriarca familiar. Se reflejaba en él su gusto por las antigüedades. En comparación con el resto de la mansión, era mucho más sencillo o sobrio. A Lena nunca se le había permitido acceder en él. Su padre siempre se refugiaba allí, dónde había cocinado la mayoría de sus negocios.
Olía a viejo y a ranció. Había una única ventana que estaba cerrada. La luz se filtraba por la parte superior de la persiana, ofrecía un ambiente muy melancólico. Lionel sólo encendió la lámpara de mesa. Comentó que la luz solar le irritaba los ojos. En parte era verdad. Desde que se le revelo su pronóstico no salía al exterior. Se convirtió en un ermitaño. Meditaba mucho sobre la vida.
- Por cierto, muchas gracias por haberme defendido con mama.- Le agradeció su hija, rompiendo el silencio que se había vuelto a instalar entre ellos.
- Es algo que debería de haber hecho mucho antes.- Cogió un bolígrafo y estuvo unos segundos jugando con él. No sabía por dónde empezar. Ella le sonrió y se destenso. Recordó algunas lecciones que recibió, pero jamás no hizo caso. Aprovechar los momentos que el destino te regalaba.
- ¿Y por qué lamentarnos por cosas que ya no podemos cambiar?- le respondió Lena, sintiendo la necesidad de liberarle de la culpabilidad que le estaba asfixiando. Incluso, ya no se sentía tan enfadada con él.
- Gracias por tus paliativas palabras. Te planteo otra cuestión. ¿Has conseguido perdonarnos sin más? Creciste sin mucho afecto, te eche de casa estando embarazada y te negué ayuda cuando acudiste a nosotros más tarde. ¿Qué clase de padre hace eso?- se detuvo y la desafió con su mirada marrón. Su discurso le impacto. Le hizo revivir todo. Su incapacidad de respuesta le dio la razón.- De acuerdo, nuestros actos no se pueden borrar. No pretendo que dejes de odiarme. No tengo el perdón de Dios ni lo deseo tener. Cada cual tiene de lidiar con la responsabilidad de sus decisiones.
- Aun así, no entiendo tu afán de remover el pasado.- Insistió, no ocultándole la rabia. Por ganas le narraría su triste realidad. Aún así se contuvo, temiendo traicionarse y poner en peligro a su hijo. ¿Y si realmente no tenía buenas intenciones? ¿Y si sólo quería saber si tenía aún un nieto negro y borrarlo del mapa por deshonra?
- Soy de los que creen que nunca es tarde. Por como interaccionas, deduzco que el pasado sigue arrastrándote al fango. Hija para poder vivir plenamente debemos de desatarnos de todas las cadenas que nos atan y atrapan. Lo que has vivido te está condicionando, te limita y te genera miedos, inseguridades y desconfianzas.
- ¡Qué errados vas! En parte, es cierto. Desconfió de tus motivos por verme. De todos modos, también me doy cuenta de qué gracias a que me aleje de vosotros he podido vivir libremente, siendo yo misma. Y sí, mi vida ha sido difícil, pero me ha enfortecido como persona.
- Entiendo. No debe de ser fácil para ti mirarme a la cara.- Realizo una pausa. Se levanto. Se puso en frente de la ventana, mirando a través de los agujeros de la persiana.- Me gustaría que me cuentes de ti, como han sido estos años.- Se giro mostrando su fragilidad. Estaba llorando y no lo disimulo.- Mi nieto debe te tener unos 9 años ya.
- ¡Lo tenías! Murió al año de nacer.-Le mintió sin pestañear. La ira estaba brotando de su interior. La piel se le erizo en sentirse. Estaba obteniendo placer en ver como se marchitaba su rostro por la tristeza. Incluso, de sus ojos empezaron a descender sinceras lágrimas. Pudo retractarse, pero no lo hizo. La seguridad de Brian estaba por encima de las malas conciencias.
- ¡Oh, no!- fue lo único que pudo articular su padre. Se tapo la cara con las manos. En ningún momento dejo de mirarla. Estaba también inseguro. Parecía que quería acercársele y abrazarla. Su juez interior le estaba frenado. Lena se compadeció y le agarro la mano derecha con firmeza. Nunca lo había visto de aquel modo, tan humano y vulnerable. La rabia que la constreñía por dentro se destenso.
- No es tu culpa padre.- Le dijo impelida por su dolor. Siempre que veía llorar a alguien se deshacía por dentro.
- Lena, siempre has sido demasiado buena para todos nosotros.- Se levanto y se le acerco. Le puso las manos en la cabeza y removió su pelo.- Elegí ser tu padre y debía de haberte protegido. No lo hice. Cuéntame todo sobre tu vida y como ocurrió todo...- Se apoyó en la mesa. Su ser reflejaba una calidez que había sido ausente años atrás. Decidió obedecerle y no escatimo ningún detalle de su peregrinación por el inframundo de la pobreza.
Lionel se sentó al lado de su hija. Se sentía muy cansado y abrumado por su triste historia. En todo momento le tuvo la mano derecha bien agarrada, siendo un gran puntal para ella. Le narró vivencias muy crudas, como el intento de violación en su última sesión fotográfica y sus aventuras callejeras. Tras su larga exposición les invadió de nuevo el silencio.
Su padre respiraba algo agitado y las lágrimas seguían descendiendo por sus pómulos marchitos. No se atrevió a decirle nada. La barrendera se levanto. Se notaba las piernas agarrotadas. Miro el reloj de pulsera. Ya eran las dos del medio día. A las siete debía de coger el vuelo de regreso a Nathional City. Sólo deseaba volver al lado de Kara. Saco el móvil, esperando hallar un mensaje suyo. Así fue. Su rostro se ilumino. Lo abrió y leyó con avidez.
Kara:- Buenos días. ¿Has llegado bien a Metrópolis? ¿Cómo has encontrado a tu padre? (11 am)
Kara:- Cariño, siento haber tenido una actitud tan infantil. Debería haberte acompañado. Si necesitas algo, lo que sea, me lo dices. Ah, por cierto pase la entrevista que te he hice a Cat Grant. La ha publicado a la edición de hoy. No sé si ha sido buena idea, espero que eso no te conlleve problemas con tu familia. (11:10 am)
Kara:-Por favor, cuando puedas dime algo... (11:15 am)
La barrendera se emociono. Era una brecha de luz en la oscuridad. Tenía total convencimiento de qué harían las paces y su relación navegaría con fuerza hacia un horizonte seguro. Empezó a contestarle con entusiasmo. No obstante, su padre hablo entrecortadamente y con poca claridad. Respiraba con dificultad y estaba muy pálido. Preocupada, guardo el móvil y se agacho ante él. Le desabrocho la corbata. Le susurro que cogiera aire lentamente. Poco a poco, fue tranquilizándose.
- Papa, te perdono. Tome mis propias decisiones. No supe ver cómo era Nicolás.- Le estaba siendo totalmente sincera. No era un parche paliativo para su mala conciencia. Lo abrazó. Percibió la tensión en su cuerpo y como fue relajándose tras escucharla.
- Eres maravillosa, igual que tu madre. Has heredado su belleza y su gran corazón.- Se separo un poco de ella y le acarició el rostro. Le sonrió. Lena se quedo paralizada.
- Un momento... ¿Conociste a mis padres?- atino a decir al final, deshaciendo el abrazo. Estaba muy irritada, ya intuyendo la gran mentida en la cual había crecido. ¿Por qué habían sido tan crueles con ella?
- Sí.- Se lo confesó mirándola fijamente, sin parpadear. Le suplico con gestos que no le interrumpiese. Había luchado contra sí mismo para olvidar los peores actos de su vida. La ambición había sido el viento que le había alejado de la verdad, creyendo que los beneficios económicos y éxito profesional lo sanarían. No obstante, ante las puertas de la muerte, el peso de la culpa seguía ahogándolo. No podría retroceder, pero si hacer justicia.- Te voy a contar la verdad de tu existencia. Me vas a odiar más. No cambiara nada de lo que has vivido, pero puede mejorar tu futuro. No busco que me perdones, porque no lo merezco. Sólo estará en tus manos determinar qué hacer con que te voy a contar. Puede que te duela...
- ¿Más de lo qué he vivido? Lo dudo.- Sentenció la barrendera. Se sentó a su lado y cruzo los brazos. Estaba dispuesta a escuchar otro cuento terrorífico. Lionel asintió, admirado por su entereza.
- Primero, debes de saber que eres una Luthor de pleno derecho. Eres hija de mi único hermano, Alejandro. Nuestros padres nos legaron la empresa a partes iguales. Encaje mal su voluntad. Creía que me lo merecía más yo, porque era el único que le había interesado el negocio familiar. Mientras él, se dedicaba a viajar por el mundo y sólo tenía aspiraciones artísticas. La muerte de nuestros progenitores le hizo cambiar y se implico más. Nuestros métodos eran muy distintos, y las confrontaciones eran insufribles. La cosa empeoro cuando entro en nuestras vidas Elena, Una secretaria muy bonita y eficiente. Los dos nos enamoramos locamente de ella.
Por entonces, ya estaba prometido con Lillian. No dude en romper nuestro compromiso. Elena era tan especial y bonita. Conseguí salir con ella un par de ocasiones, más bien fruto de mi pesadez. Hasta que un día lapido totalmente mis ilusiones, confesándome que le gustaba mí hermano. Me suplico que lo respetara. Me dolió pero la obedecí. Regrese con mi prometida, que me exigió contraer matrimonio sin demora. Sabía la ambiciosa que era mi mujer y me convenía por mis intereses. Me siento como si hubiese hecho un pacto con el demonio.
En cierta forma, el poder era lo único que mantenía en pie y me interesaba. La rabia del rechazo de Elena saco lo peor de mi ser. La vida fluyo con naturalidad. Me case. Mi hermano también. Era insufrible verles juntos y tan felices. Lillian era dura y fría. Los envidiaba. Tuvimos unos años tranquilos. Nació Lex y ellos más tarde te trajeron al mundo, Eras una bebe preciosa.
- ¿Y qué ocurrió?- le interrumpió al final, sintiendo como el germen de ira se instalaba en su interior. Le parecía tan irreal e inhóspito. Las emociones estaban alborotadas y chispeantes.
- Alejandro descubrió que estaba realizando negocios ilegales, a sus espaldas. A parte, no estuvo de acuerdo en realizar una riesgosa operación financiera. No estaba dispuesto que me quitará mi otra pasión, ser muy rico y poseer un poder ilimitado. - Se detuvo. Volvió a respirar agitadamente. En esta ocasión no obtuvo la compasión de Lena. Su mirada estaba teñida de rabia.
- ¿Qué les hiciste?- aunque en su foro interior ya lo sabía. No le respondió. Invadida por una oleada de agresividad, lo agarro por los hombros y lo zarandeo.
- Contracte a alguien para que los matara.- Admitió con un hilo de voz. Agacho la cabeza. Lena aflojo su agarre. Aunque por ganas le hubiera abofeteado sin miramientos.- Pagaron a su cocinera para que introdujera un fuerte sedante en la cena. Se quedaron profundamente dormidos, cómo unos ángeles. Luego, provocaron una explosión de gas.- Se incorporó y anduvo con torpeza hasta los estantes de los libros. Apoyo la mano en el mueble y lo movió. Mágicamente apareció una caja fuerte oculta. Marco ágilmente su número secreto. Se le acerco para ver los tesoros ocultos del que aún seguía considerando su padre. Montañas de dinero negro, documentos, joyas, diamantes, placas, cintas, sobres... Cogió una carpeta, la acaricio y se giro. Con las manos temblorosas la abrió. Tosió. Se sentía muy mareado y le urgía sentarse.- Hija, por favor, acércame la silla.
- ¡No! Te mereces todo lo que está sucediendo. ¿Cómo puedes mirarme a la cara? Me quitaste a mis padres, tuve una infancia horrible y me echasteis de casa cuando más os necesitaba... Hubiera preferido morir como ellos.- Se calló en sentirse. Era raro que se hubiera salvado de la tragedia.
- ¡Hija, no reniegues contra tu existencia!- Le suplico, obviando sus palabras despectivas. Anduvo como pudo hacia la silla más cercana a la librería y se sentó. Sus labios estaban un poco azules, su rostro muy pálido y su caja torácica se movía con más rapidez.- Eras lo más apreciado de Elena. Aunque no lo creas, fuimos grandes amigos. Mi hermano tampoco era un santo. Él tan bohemio, tan progresista, tan moralista... estaba adicto a toda clase de drogas. Sí, le regalaron inspiradores viajes alucinatorios y extrasensoriales. A la vez que le hicieron aflorar el lado oscuro de los Luthor. Llego a maltratar a tu madre.
- ¡Eso debe de ser mentira! Tu ego herido de hombre rechazado te hace crear esas falsedades.- Le escupió la barrendera con asco, ¿Cómo creerte a alguien que te ha ocultado tus raíces?
- Sólo soy un ser humano con mis circunstancias y errores. A igual que tu padre. Saberlo vilmente asesinado no le convierte en santo, Me recuerda a la fantasmada de la religión Cristiana. ¡Por Dios, no existe la perfección divina!-y se rió de forma descarnada.
- Estoy confundida. ¿Sólo les quitaste del medio por tus intereses económicos? ¿Fuiste capaz de matar a la mujer de tu vida? No lo entiendo. Si salta a la vista, que te has castigado todos esos años por eso.- En conjunto le parecía un sin sabor. No le cabía la cabeza que una persona, movida por el bicho de la ambición o por los celos, se convirtiera en el caballero de la muerte.
- Me obligo Lillian.- Otra vez, su revelación la dejo sin respiración. Aunque, no le debería de extrañar nada de lo que procedía de la bruja que la crió.
Iba a retomar el hilo del discurso, pero unos golpes suaves cambiaron el rumbo de la trama. Entro el joven y eficiente mayordomo con una bandeja de comida. La dejo encima de una pequeña mesita.
- La Señora Luthor espera que coma poco, antes de tomarse las pastillas del medio día.
- Gracias Rappel. No tengo hambre. ¿Quieres hija?
- No gracias, No pienso estar más tiempo del necesario en la casa.- No evito ser hiriente y hostil. Por su mente desfilaron malos pensamientos. ¿Y sí pretendían asesinarla otra vez? Recordó el artículo que había regalado al diario de Cat Gran. Si no era viral, pronto lo sería. Ser barrendera sería una deshonra por su familia, una mancha oscura que se esmerarían en limpiar. Siempre sería aquel cable suelto, que les debía recordar el acto atroz que se atrevieron a cometer y les perseguiría mientras existieran.
- Insisto Señor, al menos tomase la infusión con las pastillas.- Remarcó el empleado, que parecía muy tenaz con los mandatos recibidos.
- De acuerdo.- Cogió la tasa con un líquido rojo. Probablemente era te rojo. Tomo las pastillas rápidamente y se bebió un poco.- Ya puedes llevarte el resto, me da vascas el simple olor a comida.- El chico joven huyo, siendo quizás su acto más sincero.- ¿No sé porque servirá tanta química, a fin de cuentas me moriré igual?
- Al menos, has podido vivir más años que mis padres.- Intervino Lena de forma irónica. Siempre odiaba a las personas que se lamentaban por todo.- ¿Y bien, ahora culpas a tu mujer por tu cruel acto?
- La responsabilidad son compartidas. Estaba suficiente cabreado con Alejandro por actuar de aquel modo. Sí, me quería joder en los negocios y tuvo el amor incondicional de Elena. Pero era mi hermano. Hubiera hallado otros métodos para apartarlo de mi camino, como el de la extorción.- Hizo una breve pausa. En cierta forma, era admirable, o atroz, la serenidad con la que hablaba de aquel tema tan espinoso,- Me cabreó mucho cuando su mujer acudió a mí, muy preocupada, por su adicción a la heroína y a toda clase de drogas. Me confesó que lo estaban poseyendo y transformando. Y cuando me admitió que la había agredido un par de ocasiones enloquecí. Nadie le haría daño a la mujer de mi vida. La sangre me hirvió. La amaba tanto, que sólo me importaba su bienestar. Es algo tan fuerte, que va más allá de la razón. ¿Has amado a alguien de este modo hija?
- Sí.- Respondió Lena tras reflexionar. El angelical rostro de su novia se le dibujo nítidamente.- Creo que lo estoy sintiendo ahora mismo. Mi pareja lo es todo para mí. Ha sido un rayo de luz en medio de la oscuridad. Estamos ante un pequeño bache. Aún así tengo la certeza de que siempre la amaré, con independencia de qué ocurra en nuestra relación. El hecho de qué sea una Luthor ha supuesto una gran carga para ella. El destino ha sido muy caprichoso, o curioso. Me he tenido de enamorar de la prima de Clark Kent, el amigo de Lex.
- Ex amigo. Ahora son grandes enemigos.- Le corrigió Lionel.- Aunque he odiado tener secretos, te aconsejo que ocultes esa información. Al menos, si no deseas tener trato con ninguno de nosotros.
- ¡No me vengas con ironías! Ya he visto hasta donde sois capaces de llegar para conquistar sus objetivos.- Fue como si se rompiera un vidrio, y sus trozos se esparcieran con ferocidad y terminaron clavándose en sus pieles.- Sigo sin entender, porque la mataste a ella si tanto la querías.
- Elena se labro su propio destino, al estar tan obstinada a seguir unida con mi hermano. Se casaron hasta que la muerte les separara, ¿no?- respondió con una frialdad escalofriante.- Trate de ayudarla, pero no se dejo. Lo único que ocasiono es provocar a mi mujer. Nunca me perdono mi humillación, que la dejará por una simple secretaria, una plebeya con poca clase. Capto que seguía perdiendo el norte por ella.
- ¿Y te convenció porque matarás a mis padres?- le interrumpió, sintiéndose asqueada de tanta maldad.
- Lillian es una mujer muy persuasiva y me conoce tanto...Fue la instigadora intelectual del asesinato. Me dejo a mis manos la elección de los bochines.- Cogió la carpeta que había sacado de la caja fuerte. La abrió. Saco un almanaque de fotografías y un disco.- Pedí que les realizaran fotos a tus padres antes de la explosión. Más que nada como comprobante de qué estaban dentro y como idea fetichista de tener el último aliento de mi amada.
Las miro rápidamente y se las paso con las manos temblorosas. Lena dudo en aceptarla. En las primeras imágenes salían sus padres durmiendo plácidamente en el sofá. Lionel y Alejando no se parecían en nada. Era más guapo su padre y tenía un poco aspecto de bribón encantador. Había podido triunfar como pintor, pero lo abandono por crear una familia tradicional. Quizás no debía de ser tan bueno. Seguramente sus dotes artísticas las había heredado de él. Su madre realmente era preciosa. Era capaz de percibir su aureola de bondad y calidez. En cierta forma, pago caro poseer la veneración de dos hermanos. Había otros retratos de ella, en otras épocas. Realmente se parecían mucho. Las últimas imágenes salió un bebe dormitando en su camita, ignorando el complicado mundo de los adultos. Se las devolvió. Sin antes volver a ojear una foto de Elena, con una pose algo pensativa.

- ¿Por qué no morí en la explosión?- se atrevió a preguntarle al final.
- No pude. Eres mi sobrina y la única inocente de esta historia.-Suspiro y prosiguió con lágrimas a los ojos.- Me negué, no quise cargar eternamente con la conciencia de haber matado un bebe. Por detrás de Lillian, les pedí a los sicarios que te sacaran de la casa y te abandonasen ante un hospital. A la sombra te vigile. Años más tarde, decidí adoptarte. Tenía pesadillas por la noche, tu madre me atormentaba. Comprendí que debía de rescatarte del orfanato. Eso provoco la ira de mi mujer, que te creía muerta. No le pude ocultar de quién eras hija, porque te pareces tanto a Elena.
- Ahora entiendo el desprecio que me tiene.- Cogió aire y lo miro directamente a los ojos. Quería hacerle daño, el dolor que sentía era lacerante. Si no fuera por los dos soles de su existencia nada tendría sentido y sólo vería la punta del iceberg.- Me imagino que me lo has confesado para que te perdone...
- Eso sería un gran acto de piedad y generosidad por tu parte. Es algo que no puedo aspirar.-Tosió un poco y arranco un esputo sanguinolento, que trato de ocultar con un pañuelo oscuro.
- Lo siento, pero soy incapaz de hacerlo. Te odio. No me exijas más, porque me estoy conteniendo mucho para no ser más hiriente.- Su padre no le contradijo, aceptando su veredicto. Lena supo que aquel era el momento de irse.
- Lo sé. Te he buscado porque es hora de terminar con tanta hipocresía y hacer justicia. Cuando yo muera herederas el 65% de las acciones familiares y la mitad de la mansión.
- No quiero nada de ustedes, no lo necesito.- Determinó sin meditarlo.- A parte, deduzco que a Lex no le hará nada de gracia. ¿Qué pretendes que nos peleamos más entre nosotros y repetir la historia familiar?
- Sólo es un acto de justicia. Lillian y Lex no merecen nada. Es más por dignidad que otra cosa.- Contraataco su padre.- En especial por mi mujer. Jamás lamentará ser la instigadora de la muerte de tus padres. Es más tengo pruebas que demuestran este cruel acto y de otras de sus fechorías.- Dijo a la vez que le señalaba la carpeta donde había vuelto a amagar las fotos.- Te los doy, porque te irán bien para defenderte. Una de sus maldades fue comprar a Nicolás para que te abandonara. Le ofreció una generosa cantidad de dinero.
- Bueno, del padre de mi hijo no me espero ya nada bueno. No sé yo... Creó que ya es hora de enterrar el pasado. Deseo vivir en paz con mi pareja.- Vivir sometida a la música de venganza no debía de ser saludable.- Y Lex, tampoco es culpable de vuestros actos.
- Eso es cierto. Lo hago por él. Me preocupa y desearía reconducir sus actos. En el fondo es buena persona, sólo ha crecido con nuestras malas influencias. Por favor, hazlo por él. Creó que puedes salvarlo.- Le suplico, mirándola como un corderito degollado. Le agarro las manos. Se las rechazo con desprecio.
- ¡Que cabrones sois! Me habéis jodido la vida y aún tienes la valentía de suplicarme ayuda. Justamente ahora, que soy feliz. ¿Sabes qué implicaría por mí aceptar tu reto? Alejarme de la mujer que amo. No le puedo pedir que se venga a vivir a Metrópolis.
- Si te quiere te seguiría sin rechistar.- Inquiere Lionel, siendo algo intransigente. Afloro simplemente la fiera que siempre había sido.
- Es la prima de Clark Kent recuerdas. Los dos nos odian. Le oculte mis orígenes, y no sé si me lo perdonará.- Le admitió al final. Su padre callo. Empezó a respirar más rápidamente. La angustia lo estaba poseyendo.- Será mejor que me vaya. No hay nada más que decir entre nosotros. Cada uno con sus consciencias.- Se dirigió hacia la silla donde había colgado la bolsa.
- ¡Hija, por favor no te vayas! Por favor...- le suplico. Trato de levantarse, pero no pudo. Seguía pálido y algo tembloroso. En ese momento, sonó el teléfono de Lena. Lo cogió y miro quién le llamaba. Lo dejo cantar, dudando de si descolgarlo o no. Era Kara. Ansiaba escuchar su dulce voz. No obstante, sentía estaba dentro del infierno y si aceptaba la llamada la contaminaría de maldad. Sería cómo algo aberrante. No obstante, no hacerlo sería hacerla preocupar en vano. Le venció el egoísmo, necesitaba el abrazo de su voz. Se giro hacia la ventana, dando la espalda a Lionel, y se puso el móvil en la oreja. El cielo estaba cubierto por una niebla muy oscura, parecía que ya era de noche.
- Hola amor mío. ¿Te pillo en mal momento? ¿Cómo está tu padre?- hizo una pausa, su tono de voz era suave y algo insegura. Su pareja era tan transparente que podía intuir sus emociones.
- Hola cariño. Sí y no. Da igual. Te quiero mucho, créeme.-No pudo contener el llanto. Se seco las lágrimas con agilidad, para no hacerla sufrir.
- Lo sé. Si me lo pides, vendré volando a Metrópolis. No te percibo bien.- Insistió la chica rubia, notándola muy ausente. Llevaba un día de perros y con mucha ansiedad. Su madre y Cat le había hecho percatarse de qué la había fastidiado mucho con su pareja. Sentía como se contenía para ocultarle su dolor. Le causaba impotencia.
- No hace falta.- Respondió de forma tajante, rasgando la frialdad. Sólo quería huir de los Luthor. De repente, empezó a sentir una respiración muy estridente.
- Hija, me ahogo. Me cuesta respirar.- Le grito su padre, gastando todas sus fuerzas. Estaba mucho más pálido, sus labios estaban cianóticos y sus ojos desbocados. El rictus de la muerte estaba escrito en todo él. Le impacto mucho su estado. Se le acerco y le agarro de la mano. Su novia seguía hablándole pero no le prestó atención. Debió de escuchar su respiración fatigosa y se preocupo.
- ¿Lena que le ocurre? Lena, por favor dime algo...- Le suplicó al borde del ataque de los nervios.
- Cariño será mejor que te llame más tarde. Mi padre está muy mal.- Atinó a decir al final. No le oculto las lágrimas que volvían a brotar de sus preciosos ojos. Lo comprendió y colgó.- Papa, voy a pedir ayuda. Estás sufriendo, no puedo verte así.
- Hija, por favor, no te vayas,- Le suplico con un hilo de voz. Le sujeto con más fuerza la mano, aprisionándola a su lado.- Es mi hora y no quiero estar solo.
La barrendera acepto su voluntad. Se sentó a su lado. Mantuvieron en todo momento el contacto. No tardo en perder el conocimiento. La respiración cada vez era más irregular y con periodos en los cuales paraba de hacerlo. Hasta que dejo de respirar. Hizo el último aliento y expiro. El ser que le había hecho de padre, el tiburón de los negocios, el hombre torturado por las culpas había abandonado el mundo terrenal. Sólo quedo de él un cuerpo vacio y maltrecho por la existencia llevada. A pesar de todo, de aquellas duras revelaciones sobre su historia, lloró su muerte. Fue su verdugo y salvador a la vez. En su corazón sólo hubo espacio por la piedad.
Escucho como alguien subía por las escaleras ágilmente. Estaba muy transpuesta y desorientada. Todo había ocurrido tan rápido. Demasiada información por metabolizar y digerir. Se levantó, cogió la carpeta de encima la mesa. Vacio todo su contenido dentro de su bolsa. La regreso dentro de la caja de seguridad. Corrió el mueble. La puerta se abrió entonces. Sus ojos se cruzaron con la mirada de Lillian. La misma mirada asesina y fría de siempre. No mantuvieron mucho el contacto visual. Miró hacia su marido y enloqueció. Se le acerco y lo zarandeo violentamente.
- Lionel, dime algo. ¡Lionel!- insistió de forma masoquista. Lena se mantuvo en una esquina, alucinando por sus dotes de actriz. Desistió en sus intentos de reanimación y se le encaro.- ¿Qué le has hecho?
-Nada. Papa estaba muy enfermo, ya lo sabes.- Le remarco con vehemencia. Cruzo los brazos, protegiéndose de su maldad. Ya no era la niña inocente que fue capaz de pisotear cruelmente.
- ¡No, tu lo has matado! No has debido de venir. ¡Vete!- Le exigió. Le señalo la puerta, esperando que siguiera siendo tan obediente como antaño.
- No madre, me quedaré aquí. No tienes derecho de echarme de mi propia casa. Papa ha muerto, quiero estar en el funeral, cuidar de los detalles de su entierro.- Determinó al momento. No le quedaba otra seguir con los mandatos del patriarca familiar, por dignidad y justicia.
- Esa jamás será tu casa. Deberías de refundirte en el infierno junto a tus padres.- Le amenazo, quitándose la máscara totalmente.
- Ya veremos. Por cierto, vigila lo que dices. Conozco todos tus secretos. Si no me permites estar aquí y cuidarme de los detalles del velorio de Lionel, atente a las consecuencias.- Le sonrió con satisfacción. Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Experimentó la misma sensación de poder que ellos. Era brutal. Tomo las riendas de la situación, paso por encima de ella, llamando a urgencias. Un médico debía de certificar su fallecimiento.
Todo sucedía a un ritmo vertiginoso. Llegaron a los sanitarios. No hubo novedad en las causas de su muerte. Era algo esperado. A pesar, de qué la viuda se canso en remarcar que aún le quedaba un mes de vida, según el pronóstico del oncólogo. Luego, una espera interminable para que llegasen los de la funeraria. A Lex se le informó de qué su padre había empeorado e ya estaba viajando hacia Metrópolis. Alguien debió filtrar la noticia a la prensa y empezaron a llamar como buitres los periodistas. Se encargo de atenderlos Lena.
Pronto se avecinaría una tormenta familiar. Er seguro que madre e hijo se volcarían contra ella, acusándola de su muerte. ¿Sería tan fuerte para afrontarlos estoicamente? Asfixiada por el ambiente lleno de tensión, se dirigió a la que una vez fue su habitación. Como esperaba se habían sacado todas sus pertenecías. Otra alcoba impersonal de la mansión. Era como si jamás hubiese vivido allí. Pensó en Kara. Le debía una explicación. Por suerte no tardo en responderle. Llorando le conto lo sucedido.
- Amor mío, mañana mismo estaré a tu lado. No quiero estés sola.- Le remarcó, obviando sus ruegos.
- ¡Mejor que no! Estará mi hermano y te puede reconocer.- Insistió Lena de forma contundente.
- Soy tu pareja y no me pidas que este alejada de ti. En lo bueno y lo malo.- La chica rubia se mantuvo firme, La había fallado por haberla juzgado tan duramente y no pesaba defraudarla más.- No quiero ocultarme ni temer a nadie. Te amo.
- Eres muy valiente princesa. Pero no tienes de demostrarme nada.- Suavizo su tono de voz. Se sentía tan amada que paliaba todas las pesadillas.- Yo también deseo cuidarte y protegerte.
- Ocurre algo más, ¿no?- trato de comprenderla, intuyendo que algo le ocultaba.
- Los Luthor somos muy complejos. Ya te contaré. Te llamo mañana, ¿vale?
- De acuerdo. Respetaré tu espacio. De todos modos, no me pidas que me quede tranquila. No lo estaré hasta que te vea y te abrace. Y por favor, no me apartes de tu vida.- Le suplico llorando. La barrendera se calló, sintiéndose sobrepasada por todo. Se despidieron rápidamente, al escuchar más ruido en la mansión. Lex terminaba de llegar y entro en escena lleno de rabia.
- ¿A dónde está la ingrata de mi hermana? Lenaaa....
- Lex tranquilízate. No es el momento.- Le trato de contener su madre.- ¿Por qué estas así?
- Mira este diario y lo entenderás todo.- Se lo debió pasar, a la vez que le resumía el artículo.- Lena no ha tenido reparo en admitir que ha sido una vagabunda y trabaja de barrendera. Es una deshonra familiar. Más por mi carrera política. Espero que padre no lo descubra.
- Entiendo hijo. Coja aire y siéntate por favor.- La obedeció y se comunicación la triste noticia.
- ¿Ha sido ella, no? Le ha matado.- Llegando a la misma conclusión alocada de Lillian.
La oveja negra de la familia, incapaz de estar al margen entro en la escena. Lex al verla enmudeció. Se esperaba toparse con una chica desarreglada, mugrienta y barrio bajera. Estaba hermosa, con su traje elegante y su fino maquillaje. No la recordaba tan hermosa. Reminiscencias del pasado le invadieron. La mayoría de sus amigos la habían deseado, y él también. A pesar, que siempre se lo negó. Era demasiado sucio fijarse en su hermana, aunque no compartieran ADN:
- Hola hermano. La vida te ha tratado muy bien, veo.- Le saludo con ironía, fingiendo no haber escuchado nada.- He venido para quedarme, así os vayáis acostumbrando. Ah, por cierto, nuestro padre no desea que nos sigamos discutiendo. Por favor, hagamos el esfuerzo de prepararle un funeral digno. Respeto a su muerte, todos sabemos que ha sido una muerte anunciada. Para mí sería mejor que se le practicara la autopsia.
- ¡Eso nunca!- Saltó rápido Lillian.- Sería denigrar el cuerpo de tu padre. Mejor dejarlo ir en paz.
- Madre, puede que sea una buena idea,- La apoyo Lex. Sólo se gano una mirada asesina de su progenitora.
- ¡Como queráis! Entiendo que renunciéis a buscar culpables y aceptáis las causas de su muerte. Os advierto que no toleré acusaciones sin fundamento. Dispongo de un abogado de confianza, que me puede asesorar legalmente. Ya no tengo miedo.- Les advirtió. Se sentía muy segura y con muchas fuerzas para afrontarlos. Se despidió y se dirigió hacia la cocina para saciar su hambre. No evito detenerse detrás de la puerta, para valorar su reacción.
- ¿Por cierto, quién ha publicado este artículo nefasto sobre nosotros?- le pregunto Lillian, disimulando su frustración en verse retada por Lena.
- Cat Gran, la propietaria misma del diario.
- Hijo, debemos de estudiar como revertir esa noticia,- Sentencio. Hablaba flojo, como si intuyera que Lena los estuviera espiando. Se relajo al descubrir que su pareja le había hecho caso, en no publicar la entrevista en su nombre. Conociendo a su familia, podrían terminar con su carrera rápidamente.- Otra cosa que debes de indagar. Lena se ha presentado hoy con el apellido Serenety, de New York. Dice ser la viuda de la heredera de esa poderosa familia. ¿Eso no lo debe decir el diario?
- ¿Lena Serenety?- le repregunto Lex, como si aquel nombre le sonará. Quizás se le escucho decir a su amigo Max. Las últimas veces que hablaron estaba obsesionado con una mujer, a la cual investigo un poco. No compartió sus apreciaciones.
- Sí. Debes investigar si es cierto... Ten paciencia respeto Lena, tiempo al tiempo.- Le ordeno Lillian.- Vamos a hablar a otro sitio.- lo realizaron y la mansión sumergió en un pozo de silencio.
Lena se apoyo en la pared y empezó a llorar de nuevo.Se sentía atrapada en una ratonera. Dudo de si proseguir con los mandatos deLionel. Pero supo que no podría huir. El pasado remoto, el fantasma de Max, elSatanás de su madre... Chillo con todas sus fuerzas. Nadie acudió en socorrerla. Quisierao no debía de proseguir y ser muy fuerte.
NOTA DE LA AUTORA
NOTA DE LA AUTORA
Siento la espera. Espero que os guste la nueva entrega, aunque es algo triste.
¿Os ha sorprendido algo? ¿Os lo esperabais?
Hasta otra queridas lectoras.


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