Preludio
Aquella debía de ser mi
misión final, el brocho de oro de mi venganza. Tenía absoluta confianza
de que el plan funcionaria. Había seguido el método punto por punto.
Primero, seguir a la víctima durante días, para conocer sus rutinas,
defectos y virtudes. Segundo, infiltrarme en su hogar. Tercero, acceder a
sus cuentas de internet.
Fue fácil de hacer
porque creía conocerla mucho. Bueno, es sólo un decir, porque todos
somos unos completos desconocidos. Más ella. Es la persona más hermética
que he tratado en mi corta, e intensa, vida. No había variado su
costumbre de correr siempre a las seis de la madrugaba. Repetía como una
autómata cada día el mismo circuito. Irónico, porque cualquier de sus
enemigos lo podían aprovechar para hacerle daño. ¿O no era ninguna
imprudencia por su parte?
Se conocía a ciegas cada
punto, cada rincón que pisaba. Jamás descansaba y tenía todos sus
sentidos destinados a controlar la situación. No en vano era la estrella
de la sección. En cierta forma le debo la mujer que soy en la
actualidad. He mejorado en autoestima y seguridad. A pesar, de tener
mucho en agradecerle, la odio. Ella es la única culpable de qué me haya
convertido en una asesina profesional. Sé que no me temblará la mano
cuando decida matarla.
Por fin llego ese día.
Gracias a tener su móvil intervenido y acceder en su agenda escogí el
lugar donde pondría fin a su efímera existencia. Lena debía de acudir a
su banco, el Interpotencial. El edificio estaba rodeado de rascacielos
muy altos. Uno de ellos era un hotel de lujo. El sitio ideal. Me robe un
informe de empleada de limpieza. Días antes estuve paseando por dentro
de sus instalaciones, para que los otros empleados se acostumbraran a mi
presencia. Era trascendental pasar desapercibido por los escenarios,
porque cualquier detalle disonante podría estropear la misión.
Metí la escopeta de alta
precisión, que compre especial por terminar con ella, en un cubo de
fregar. La cambie por otra del carro de limpieza. Accedí a la azotea,
cerré la puerta. Saque el arma y la monte rápidamente. Coloque el visor y
apunte hacia la calle. Mi objetivo lucia una puntualidad suiza. Así
fue, a las doce ya llegaba al banco. Iba vestida con un traje negro. Se
había recogido su precioso pelo castaño en una regia coleta. Sus ojos
azules-verdes ocultos bajo unos oscuros lentes. Su rostro siempre serio.
Siempre que se reía me hacía derretir. Era tan hermosa que me hizo
latir con ferocidad el corazón. Si aún la deseaba. Era una flor hermosa,
pero muy letal. No lo olvidaba.
Accedió a las oficinas
bancarias. Empecé a contar lentamente. Deducía que estaría media hora
dentro. No solía tolerar que la hicieran esperar. Era tan exigente con
todo el mundo. Empecé a contar del uno hasta treinta, de forma lenta. Y
así ocurrió, Lena salió a la calle. En esta ocasión llevaba el pelo
libre. Seguía resguardada detrás de las gafas solares. La mano no me
temblaba. Puse el dedo en el gatillo del arma. Dispuesta a terminar con
la vida de la persona que había odiado y amado con la misma intensidad.
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