El amor de madre nunca perece
"No hay ningún amor tan incondicional, tan puro e infinito como el de una madre"
Kara terminó de elaborar
el caldo. Lena estaba arelada en su mente. Paradoxalmente la extrañaba.
Había personas entrañables, que por avatares de la vida calaban muy
dentro en tu interior. Ella era una de ellas. En sus silencios, en sus
gestos, en las pocas palabras que usaba para comunicarse parecían haber
mucho contenido. No creía que floreciera el amor en su jardín amoroso,
tras haber percibido su rechazo. ¿Se habría percatado de que le atraía?
Odiaba ser tan transparente en sus emociones y estados ánimos.
Era todo demasiado
prematuro y no debería dejar volar tanto la imaginación. Se conformaría
con tenerla como amiga. Solía ser demasiado entusiasta y eso le
acarreaba duras colisiones con la realidad.
Jeremías accedió al
local, saludó a algunos voluntarios que conocía. Su rostro estaba serió.
Se detuvo cuando divisó a su hija repartiendo caldo y acomodando a las
personas atendidas. Anduvo hacia ella andando lentamente, como si
sostuviera una pesada carga. Cuando la alcanzo, se detuvo y le puso la
mano en el brazo derecho.
Kara dejó lo que hacía y
lo miró. La mirada triste de su padre le partió el alma. Ane no la
podía haber abandonado tan pronto. Para ella no era una anciana mayor,
que ya había vivido lo suficiente. Era su nana, la abuelita que jamás
tuvo. Siempre tuvo su casa abierta para ella, a cualquier hora. Si su
madre la regañaba se refugiaba entre sus brazos, en sus habitaciones
llenas de excentricidades, en su biblioteca llena de libros de segunda
mano, comprados en mercadillos.
El amor a la lectura se
había germinado en aquella época. Le daba absoluta libertad para que
curioseara entre sus libros e incluso le había aconsejado alguna obra.
Descubrió el escritor Somerset Maugham, autor del Filo de la navaja, El
velo pintado, La servidumbre humana... Patricia Highsmith y sus Extraños
en un tren, Una afición peligrosa, El hechizo de Elsie... Y más tarde
descubrió otro libro de ella, Carol. Una historia de amor entre dos
chicas en los años cincuenta, famoso por su final feliz, en una época
dónde las parejas lésbicas solían terminar en tragedia. Aunque, en otro
siglo las lesbianas siguen muriéndose en los desenlaces de algunas
series. Lo positivo que cada vez hay más visibilidad del colectivo Lgtb.
Ane era su refugió,
desde que los Danvers decidieron encargarse de ella, cuando era una
preadolescente. Una edad difícil para adaptarse a otro hogar y las
parejas preferían a niños más pequeños, porque creían que serían más
moldeables y con poco pasado. Su caso era especial y aún así a sus
padres adoptivos no les temblaron el pulso en admitirla en su familia.
Los inicios fueron algo
duros, lejos de su hogar y en tierras extrañas. Los humanos le parecían
unos seres muy curiosos y llenos de frialdad. A pesar, de qué en su
planeta también existía la diversidad y otros pecados capitales. Poco a
poco, fue abandonando la consciencia de ser un bicho raro.
Ane le abrió las puertas
de su hogar, sin preguntarle nada sobre su vida anterior. Le consolaba
si su alguno de sus padres la había regañado, si su hermana había sido
descortés con ella, si algún compañero de la escuela se había reído de
alguna de sus ingenuidades... Le enseño el valor de las pequeñas cosas y
a apreciar lo que el destino le había regalado. Había perdido a su
única hija de treinta años, sumergiéndola en una soledad absoluta.
Quizás por eso se dedico parte de su existencia a intentar alegrar a los
otros, y en especial a las hermanas Danvers, y luego a Brian.
Kara no pudo detener las
lágrimas. Su padre la meció entre sus brazos temblorosos. Apreciaba a
la anciana, porque siempre le dio buenos consejos, ayudándolo a ser un
buen progenitor y marido.
- Sus pulmones estaban
muy dañados, si hubiese sobrevivido hubiera necesitado oxigeno. Ane no
habría deseado quedar postrada en una cama.- recordó como hacia un año
le hizo prometer, en caso de qué llegara su hora, no se alargará su vida
mediante medios agresivos. Sólo dejo que su hija luchará por su vida,
porque jamás se lo habría perdonado si no lo hubiera intentado. Y cada
uno necesitaba su espacio y tiempo para despedirse del ser querido.
- Sólo dime, ¿ha padecido?
- No. La han sedado y ha sido como si adentrase en un plácido sueño.- le acarició el rostro.
- Terminó de dar el
caldo y regresemos a casa. Le he prometido a Brian que haríamos un
muñeco de nieve y aprovecharé para contárselo.- dijo con mucha entereza.
Se secó las últimas lágrimas.
En momentos como aquellos, era dónde uno se percata del paso del tiempo y tus hijos se han convertido en adultos. Un padre les evitaría todo tipo de dolor. Pero aquello sería una utopía, porque siempre uno se tropezaba con el monstruo de la muerte.
En momentos como aquellos, era dónde uno se percata del paso del tiempo y tus hijos se han convertido en adultos. Un padre les evitaría todo tipo de dolor. Pero aquello sería una utopía, porque siempre uno se tropezaba con el monstruo de la muerte.
Repartieron el caldo y
ayudaron a algunos a comer hasta las 12pm. Las calles estaban totalmente
despejadas y se había cubierto la calzada por sal. La nieve quitada se
amontonaba en el borde de las aceras. Ya no parecía un perfecto mantel
blanco espumoso, estaba malmetida por pisadas de la gente. Había salido
un poco el sol, como una luz blanquecina. El termómetro del vehículo
indicaba que estaban a cuatro grados menos cero.
Jeremías encendió un
rato la radió. La predicción del tiempo no era muy alentadora. Tendrían
nieve para el día siguiente. Llegaron a su calle, pasando antes por el
parque central. Había más ambiente en aquella zona. Los niños se lo
pasaban teta tirándose bolas de nieve, persiguiéndose y elaborando
creativas figuras blancas... No vieron entre ellos a Brian. No tenía
muchos amigos en el barrio, desde que llegó le habían hecho un poco de
vació.
Lo alejaron de aquel
ambiente, apuntándolo en una escuela de otra zona de National City. El
cambió fue muy positivo para él. Hizo amigos, se quito la vergüenza de
encima y dejo de ser tan retraído. Aprendió que no todos los seres
humanos eran iguales, que nada justifica que te discriminasen por ser
distinto. Descubrieron que su hermano tenía un alto coeficiente
intelectual, y sólo las duras experiencias previas le habían afectado.
Aparcaron el coche en la
calle. La puerta de su hogar se abrió y salió Brian con su mejor
abrigo, con una bufanda de lana de color granate, hecha de lana por Ane.
Detrás le seguía su protectora madre. Kara corrió hacía él. Lo abrazó
con alegría y lo levanto del suelo. Lo hizo volar igual como hacia
cuando entro en sus vidas, cuando tenía cuatro años.
- Para hermanita, que me
estoy mareando.- le suplico riéndose. Aflojo el balanceo, le bajo al
suelo y le busco las cosquillas. Le encantaba verle tan alegre.
- Hijos, nosotros
entramos dentro la casa, debemos de hablar de un tema.- les comentó
Jeremías. Kara tenía una conexión especial con su hermano menor. Fue
gracias a ella que decidieron adoptarlo, en cierta manera les insistió
hasta que cedieron. Jamás se habían propuesto tener una familia
numerosa. Con la pareja habrían sido felices.
Empezaron a recoger
nieve con las manos y una pequeña pala de jardín. Se iban tirando bolas
de nieve, se perseguían mutuamente, se caían encima de la nieve y se
rieron un montón. Elaboraron primero la bola mayor del cuerpo del muñeco
de nieve. La hicieron rodar por el jardín, para incrementar su tamaño.
La aparcaron debajo del
viejo sauce, porque el niño creía que estaría más resguardado del frió.
Kara enmudeció. Había leído que los niños escenificaban sus vivencias
traumáticas mediante dibujo, con juegos o acciones. Supo porqué lo
hacía.
La asistenta social les
contó que su madre era muy pobre y fue desahuciada antes de terminar al
hospital por neumonía. La primera noche se debieron refugiar en un
puente, debido a una fuerte tormenta y al carecer de ningún otro lugar
por refugiarse. Consiguió protegerlo, pero cayó gravemente enferma.
Terminó ingresada en el hospital y Brian vagando por sus fríos pasillos,
escondiéndose de los profesionales sanitarios y de la otra gente. Allí
lo vio por primera vez Kara y le robo el corazón.
- ¿Qué te pasa
hermanita?- le preguntó de repente su niño.- Aunque lo disimules, des de
que has vuelto estás triste. ¿Es por la abuelita Ane?
Kara dejo de coger
nieve, se sentó al banco y le hizo sentarse a su lado. Habría preferido
haber terminado el muñeco de nieve, hubiera sido un ejemplo ideal por
sus propósitos. Brian se le acerco y se acomodo a su lado como si fuera
un pequeño hombretón.
- Sí.- le agarró las
manos y sin dejar de mirarle a los ojos prosiguió:- Como te hemos
explicado esa madrugada, ha sufrido un grave accidente doméstico y la
hemos llevado al hospital. Su estado era muy grave.- se detuvo,
dulcificando su ritmo. Las lágrimas volvieron a poblar sus lindos ojos.
No se las contuvo.
- Nos ha dejado también, como mi madre.- Kara enmudeció, por la naturalidad en que se expresaba.- El mal tiempo mata.
- Sí, Ane se ha muerto
hoy.- se paró. Le cogió su precioso rostro con las dos manos y determinó
seguir hablándole de su madre biológica, a pesar de qué nunca la
conoció.- Brian, no es lo mismo. A nuestra abuelita el corazón ha dejado
de latirle. Vivirá dentro de nuestros corazones, formando parte de
nuestros recuerdos. ¿Te acuerdas de cómo te contaba los cuentos?
- Sabía hacer varias
voces y era muy divertido. Hacía unas galletas muy sabrosas. Y cuando se
enfadaba me hacía sermones que me hacían sonrojar.- consiguió robarle
una sonrisa.
- Y a veces nos robaba
flores y papa se cabreaba.- siguieron compartiendo anécdotas sobre su
vecina, manteniendo cadente su luz. Kara tenía una espina clavada en sus
entrañas y aquel era el momento ideal para quitársela.
Jamás ninguno de los
miembros del clan Danvers le habían ocultado nada a Brian. No llegaron a
conocer a su madre biológica. Kara cuando lo encontró perdido en uno de
los inmensos pasillos del hospital principal de National City, hablo
con él para reubicarlo. El pobre niño estaba como aturdido y parecía ser
mudo. Se le veía algo delgado por su edad y desliñado. Quería
acompañarlo a un control de enfermería, pero antes se fueron al
restaurante para comprarle comida. Ingirió el bocata como si hiciera
tiempo que no comiera. Su parte más impulsiva le retaba a llevárselo a
su hogar.
El niño se puso algo
nervioso, como si quisiera marcharse. Intuyó que quizás quería regresar
junto a sus padres, pero seguía sin hablar. Decidió dejarlo en un
control del personal sanitario. La atendió una mujer algo mayor, de pelo
rubio bote. Fue algo seca.
- Ya ha aparecido el
hijo de la habitación 115.- informó a otra persona que había dentro de
la enfermería.- ¿Aún no se ha llamado a los servicios sociales?
- Sí, pero ya sabes cómo
funcionan. ¡La dichosa burocracia!- se asoma una mujer de cuarenta
años, algo obesa. Pone una mano en uno de los bolsillos de su bata lila y
saca una piruleta. El niño se la rechazo. No debió de ser muy agradable
para él sentirse como si fuera pura mercancía y verse alejado de su
madre.
- ¡Siempre igual! Con el
trabajo que tenemos, sólo nos hace falta hacer de niñeras.- su cara no
disimulo el fastidió que aquello le provocaba.
En aquel justo instante,
aparecieron un par de hombres. Su rostro era más afable que las
amargadas profesionales sanitarias. Hablaron brevemente con ellas y
luego con Brian. Uno de ellos se quedo con él y el otro fue para hablar
con su madre. Kara no se quedó más tiempo, lo último que escucho fue su
intensión, querían llevárselo en un centro de acogida.
Se fue para casa con el
corazón encogido. Se le contó a su familia, por lo triste que le había
parecido. No era justo que una madre tuviera de renunciar a su hijo por
su pobreza. ¿No se le podría ayudar en lugar de arrebatárselo? Su
familia opinaba de modo distinto. Pero ella de tozuda no le ganaba
nadie.
Al día siguiente regresó
al hospital y pregunto por ellos. Sólo le contaron que el niño estaba
en un centro de acogida y su madre había solicitado la alta voluntaria
del centro. No le pudieron dar más información, debido al secreto
profesional. Se fue para casa muy triste. Era duro abandonar a tus
padres. No había ningún día que no extrañase a los suyos, por mucho que
los Danvers eran muy afectuosos. Los quería siempre, a pesar de saber
que no habían sido perfectos ni unos santos.
- Brian, tu madre no está muerta.- le remarco con voz firme y muy dulce.
- Sí, que lo está. ¿Si no porque no regreso a por mí?- sus ojos marrón oscuros reflejan un inusual destello de odio.
- No lo sé con exactitud. Probablemente, comprendió que no podría ofrecerte lo mejor para ti.- le remarco con intensidad.
- ¿Y cómo lo sabes?
- Tienes razón, no lo sé
seguro. Pero la mayoría de madres darían su vida por sus hijos. No
conocí a la tuya, pero me consta que dio la vida por ti. Veo en su acto,
un gesto de amor. Tu madre biológica era muy pobre y casi no te podía
alimentar.- aquello era cierto, se lo confirmó el asistente social.
- Se me ha borrado su
rostro.- le confeso de repente, con los ojos húmedos. Kara lo abrazo
fuerte y le fue dando besos en la cabeza.- Quisiera recordarla pero no
puedo. A veces, la odio. No me quiso como me queréis todos vosotros. Soy
muy afortunado.
- Cariño, nosotros
también te queremos un montón. Es normal que olvides detalles sobre tu
madre, eras muy pequeño cuando te separaron de ella.- hizo una pausa,
tratando de hallar las palabras más adecuadas.- Estoy muy convencida que
tu madre te quiere y piensa mucho en ti, esté dónde este. Sabes no hay
ningún amor tan incondicional, tan puro e infinito como el de una madre.
Su amor jamás perece.
Restan un largo rato abrazados. Se secan mutuamente los ojos.
Kara se percata de qué
alguien los está observando atentamente. Su corazón le empieza a latir
por la alegría que siente. Un día de contrastes. Se gira y la ve
mirándolos otra vez anonada. Se la veía muy emocionada, con sus ojos
claros húmedos. ¿Habría sentido su discurso sobre las madres?
Lena la enternecía, la
trastocaba su fragilidad insipiente. Dudó de si llamarla e invitarla a
jugar con ellos, si ofrecerle otro café o no hacer nada. Le sonrió. Sus
piernas hicieron caso a su subconsciente y se le acercaron.
- Muy bonitas tus
palabras.- le comentó, sin ocultar que les había escuchado.- Me he
sentido algo identificada con tu hermano, mis padres me abandonaron
cuando era pequeña. Nunca sabré porque lo hicieron ni los conoceré.- se
justifico, temiendo que empezará a sospechar de ella.
- No digas jamás nunca.-
filosofo Kara, tratando de ayudarla.- Me encantaría que en un futuro
Brian conociera a su madre biológica. No debemos de juzgar tan duramente
sus razones. Quiero creer que la gente no es mala ni insensible.
Los ojos de la
barrendera se ensombrecieron más. Su corazón le bombeaba con ferocidad y
le daba la sensación que le explotaría. Una parte de ella le confesaría
que era la madre de su hermano, que nunca antes nadie había sido tan
comprensivo. Por el otro lado, le costaba concebir que alguien fuera tan
benevolente con ella. Había sido una irresponsable, una temeraria que
había puesto en riesgo a la vida de un infante indefenso.
- Me alegro que sigan
existiendo personas que ven la vida de color de rosa.- declaró al final,
ocultando todas sus emociones y tratando de ser distante. Era un
cumplido sincero.- No todos seres son buenos.
- Bueno, cada cual
aporta su granito de arena. Aunque es cierto, se han perdido muchos
valores.- admitió Kara, que le encantaba filosofar de todo.- A veces
pienso, que tener hijos es algo muy importante y no se medita lo
suficiente. No se trata de tener preparación, porque que se va
aprendiendo por el camino. Más bien de la dedicación que les puedes
ofrecer. Al principio, porque te necesitan la mayoría del tiempo para
crecer. Luego para acompañarles y educarles. No es tarea fácil.
-Tienes razón, la gente
se tira de cabeza a ser padres y no es ningún juego de muñecas.- Lena
realizo una pausa, tratando de decir lo que pensaba sin parecer
beligerante.- ¿Pero qué ocurre cuando una se queda en estado sin
buscarlo? ¿Qué sería mejor, abortar o tenerlos?
- No se puede tampoco
extrapolar tanto. Si realmente una siente que no sería buena madre,
puede optar por el aborto.- hizo un pausa y estudio su rostro. Estaba
aturdida y con las emociones muy revueltas.- No pienses mal. Creo que
toda madre trata de hacer lo mejor por sus hijos. Y nunca una sabrá si
será buena madre si no lo intenta. Perdona, me apasiona ese tema.
- No te preocupes. Se te nota.-y le sonrió.
- ¡Lena, no te encantes!- le llamó un hombre.
Las dos chicas se
miraron. Kara hubiera deseado robarle más tiempo. La barrendera, en esa
ocasión, le fue bien la interrupción. El sentimiento de culpabilidad le
asfixiaba. Pero también se sentía muy perdida y bien cada vez que tenia
aquella chica rubia a su lado. Le gustaba su compañía, debatir con ella
sobre la vida y el mundo.
- ¿Os apetece un café calentito?- le propuso Kara, dirigiéndose a Joseph.
- Pues mire, no le digo
que no.- accedió el barrendero. Se les acerco. Entraron al jardín. Kara
entro rápidamente al chalet. Por suerte su madre, siempre tenía café
recién hecho.
Brian estaba elaborando
solo la parte superior del muñeco de nieve. Lena no evito acercársele y
ayudarle. Estaba algo más relajada tras escucharle decir que no se
acordaba de ella. Joseph se sentó en el banco y se encendió un
cigarrillo.
- Sabes, eres muy guapa.- le piropeo Brian.
- Ya todo un seductor.- ironizó, dándole una colleja suave a la espalda.
- No te preocupes, me gusta una niña de mi clase. Pero se de alguien que si querrá ser tu pareja.
Lena quedo fascinada por su labia. Miró de reojo a su compañero de trabajo. Se llevaban más de diez años, pero tampoco aparentaba la edad que tenía. No le atraía. Pero había llegado a apreciar, a pesar de ser algo brabucón. ¿Podía estar él enamorado de ella?
Lena quedo fascinada por su labia. Miró de reojo a su compañero de trabajo. Se llevaban más de diez años, pero tampoco aparentaba la edad que tenía. No le atraía. Pero había llegado a apreciar, a pesar de ser algo brabucón. ¿Podía estar él enamorado de ella?
- Me alegro por ti. ¿Y cómo se llama la afortunada?
- Por ahora es un
secreto. Sólo tú lo sabes.- la barrendera hizo cómo si cerrase la boca
con una cremallera. Se sintió algo especial por haberle confiado
aquello.- ¿Te puedo pedir un favor?
- ¡Mm, no sé! ¿No sé pondrá celosa tu chica?
- ¡No que va!- le tiro
dos bolas de nieve. Y se los devolvió. En la batalla campal, terminó
recibiendo Joseph. Lena temió alguna frase lacerante por su parte, pero
en lugar de ello, se giró y se unió al juego. Finalizo la disputa
riéndose los tres a carcajadas.
Kara salió cargada con
una bandeja con tres tasitas, la jarra del café, un bote de azúcar y una
botella de leche. El barrendero se le acerco y le ayudo a acomodar las
tasas en la mesa del jardín. Lena se quedo un poco más jugando con
Brian.
- Aún no me has pedido el favor...- le recordó, encantada de poderla ayudar en algo.- ¿Qué necesitas?
- No es para mí, es por
mi hermana. Esta muy triste por la muerte de su tata. Presiento que sólo
tú puedes ser el antídoto de su pena.- la barrendera se quedó con la
boca abierta, no esperaba aquella sugerencia. Miró de reojo a su nueva
amiga. Estaba concentrada repartiendo el café. Ya le había parecido algo
melancólica. Se imaginaba perfectamente que significaba aquella perdida
por ella.
- Lo intentaré.- le promete sinceramente. No quiere fallarle más a su hijo.
- Lena, ven que se enfriara el café.- le llama Kara.
- ¡No me falles!- le advierte Brian, a la vez que le da un empujón hacia delante.
Lena coge la tasa que le
ofrece la chica rubia. Sus dedos se rosan brevemente. La piel de la
chica joven era una delicia, tan suave y bien cuidada en comparación a
la suya. Percibe como se ha estremecido. Su rostro también se ha
sonrojado algo. Se sonríen brevemente y miran a Joseph, que habla por
los codos.
Minutos más tarde ya se
han despedido de los más jóvenes del clan Danvers y han retomado su
ruta. Hacen pasos de peatones en las aceras y tiran sal por si helaba
por la tarde-noche.
- Es muy majo el niño de color.- comenta Joseph.
- ¡Por favor blanco, llámalo por su nombre! Es Brian.- le remarca con vehemencia, no disimulando su rabia.
- Perdona, no pretendía ofenderte.- se disculpó. No le respondió, cerrándose en sí misma.
A pesar de haberse propuesto ignorar a Kara, el destino quisiera o no las estaba acercando. Y le encantó hablar y reírse a carcajadas con su hijo. ¡Bienvenida sea la amistad que le ofrecía la chica rubia!
A pesar de haberse propuesto ignorar a Kara, el destino quisiera o no las estaba acercando. Y le encantó hablar y reírse a carcajadas con su hijo. ¡Bienvenida sea la amistad que le ofrecía la chica rubia!
Era un ser maravilloso,
que le daba mucho afecto al ser más importante de su vida. Y su discurso
sobre las madres fue precioso, cuánta razón tenía.
Terminó el turno
cansada. Aún así, aún tuvo el aliento suficiente para ir ayudar a otro
dispensario. No quería ir al de aquella madrugada, para no cruzarse con
su amiga. Temía que pensará que era una acosadora. Poco a poco.
Kara se quedo parada, al
borde de la calle, observando cómo Lena iba quitando la nieve. Su
hermano le llamó y aterró de nuevo a su pequeño universo. Se le acerco.
Ya tenía la parte superior del muñeco hecho. Lo cogió como si nada y lo
puso encima de la otra bola de mayor tamaño.
- Ahora toca poner los
complementos.- Brian serió y entro dentro de la casa para buscar la
zanahoria para la nariz, cortes de ropa negra para los ojos y botones
del vestido, un viejo sombrero y le puso su bufanda. Su humilde
despedida a Ane Meyer, la abuelita que le alegraba un día oscuro con sus
galletitas y sus cuentos.
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