(5) Velas apagadas
Joaquín
se agarraba fuerte a mí. Lloraba de forma intermitentemente. No me atrevía a
pedirle consumar mi matrimonio. Mi alma caritativa trato de aliviarle la
tristeza. Le daba masajes en la espalda, le bese su bello rostro y lo termine
acunando en mi cuerpo.
-
Serás una buena mujer Mercedes. Gracias por tu paciencia y no presionarme.-
Rompió nuestro contacto. Se sentó y me miró. Estaba más sereno, lejos de los
destellos de autoridad y prepotencia que lo caracterizaban. Un ser frágil y
triste. Me puse en sus zapatos. Probablemente, él también se le había obligado
a contraer matrimonio conmigo. Entrelace mi mano con la suya. Debíamos de
empezar a remar juntos, para cumplir nuestros deberes maritales y ser mínimamente
felices. No me atraía, no hacía estremecer ni derretir. Nunca sería un amor
novelesco, tan utópico. Sería un amor tranquilo, labrándose lentamente y sin la
chispa de la pasión.
-
A mi me enseñaron a ser una buena católica, a servir a Dios. No soy como mis
cuñadas, soy como un polluelo salido de su cascaron.- Joaquín se le escapo un
poco la sonrisa por debajo de su bigote. Le di un golpecito suave en el hombro
izquierdo.- ¡Prohibido burlarse de mí!
-
Lo siento. No deberías de compararte con nadie. Mercedes, me pareces una mujer
excepcional, dulce, tierna, caritativa, inteligente y distinta.- Puso la mano
en mi cabeza, con un actitud más bien paternal.
-
¿Seguro? No me miras nunca como mujer. ¿No me deseas?- le expuse sin meditar.
-
Por ser honesto, no eres mi tipo. Por desgracia hay un orden natural inviolable
y los dos hemos aceptado respetarlo.-Me sedujo que fuera directo.- Estoy seguro
que nunca te has enamorado de nadie. Al principio, todo es muy bonito, lo ves
de color de rosa y la otra persona te parece perfecta. Pero la pasión siempre
se enfría y no es garantía de felicidad. Las bases del matrimonio es que exista
una buena amistad y la confianza mutua.
-
Cierto.- Le admití un poco cortada.- Es más, creo que el amor romántico está
sobrevalorado.- Y dolía quise añadir, pero me contuve.- Las pasiones intensas
no sé si hacen bien al alma.
-
Ja, ja… Enloquecen y te ciegan solo. Te veo un poco cabizbaja. ¿No te habras enamorado de mi?- la luz de la
vela le iluminó el rostro. Estaba algo sonrojado e indeciso.
-
No, tu lamparita mágica me ha descrito a la perfección. Soy una especie de tela
blanca, vacía, inerte y aún por escribir. Me alimento de vivencias ajenas. Por
eso, me empiezo a inquietar. ¿Por qué tú y yo no hemos consumado nuestra unión?
¿No quieres ser padre, tener hijos?
-
Claro, es esa nuestra misión. ¿Estás preparada Mercedes para perder tu
virginidad?- me sostuvo la mirada. Me levanté y empecé a dar vueltas sin
sentido por la alcoba.
Mis
nervios me estaban atenazando por dentro. Ecos de horas antes me invadieron. Su
voz, sus labios, su piel, sus dedos, su aroma, sus palabras intrépidas con
capacidad de acariciarme sin tocarme… ¿Dónde estaba aquella magia? Tan cerca y
lejos a la vez. Quizás, era en conjunto producto de mis hormonas, o anhelos más
recónditos. Mi padre y cuñadas me habían despertado de mi existencia insulsa,
cayendo en la tentación de Satanás.
-
Sí.- Decidí firmemente. Me quite el camisón. Se me erizo la piel, a pesar de no
hacer frio. Joaquín dejo de mirarme, como si le desagradara mi cuerpo desnudo.-
No temas. Algún día debía de ser el primero…
-
Apaga las velas, por favor.- Me ordeno de forma algo despectiva. Me minimice en
una estatúa, un objeto sin valor alguno. A un paso al abismo. Me evoco mi
triste infancia, cuando mi padre se iba y me dejaba sola en el convento, me
sentía como un perro abandonado. Una niña mala que se le castigaba lejos de su
familia. Disponía del privilegio de disponer una celda para mi sola, donde me
refugiaba, sumergida en una completa oscuridad y silencio. Hablaba a mi madre,
a veces enfadada por haberse ido al cielo y llevado el afecto de mi papaíto.
Hasta un día, deje de extrañar el hogar perdido.
Apague
las pocas velas encendidas. Fue reconfortante. Me introduje en la cama. Mi
marido me fue dando sutiles órdenes. Ponte plana, mira el techo, no me toques…
Se quito su camisón y empezó a masajear su miembro viril. Lo intuí por el ruido
de fricción de sus dedos, arriba y abajo. La luz del alba no filtraba por las
eficaces persianas y cortinas. Mi corazón latió por la inseguridad del momento.
Empezó a suspirar de forma progresiva. Y sin previo aviso, me cogió las
piernas, me las hizo abrir como si pariese y acerco su cuerpo al mío. Su piel
no era tan suave como la de mi bandolera y su torso lleno de pelo me daba algo
de agravio. Era tosco y elemental.
Le
agarre la cara, quería besarlo. Se resistió. Me violento. Terminó regalándome
un beso insulso y amargo. Su pene estaba rosándome por el monte de Venus. Y sin
advertirme me la encesto de lleno en mi agujero. Me dolió. Lo mire. Tenía los
ojos cerrados, lejos de aquella cama. Empecé a contar, suplicando que aquel
suplicio terminase. Era un mete y saca constante. Las molestias cesaron, pero
seguía sin sentir nada ni placer. Y se terminó de forma abrupta. Se giro,
dándome la espalda. Una enorme laguna se extendía entre nosotros, que nunca se
llenaría de amor. Por gusto me limpiaría las partes íntimas, que me ardían y estaban
mojadas por su esperma. Me mantuve inerte, asimilando que aquello era el sexo y
debía de acostumbrarme.
Empecé
a llorar silenciosamente. Si pudiera escoger mi destino de nuevo, regresaría al
convento. Al menos, allí me sentía
querida por mis compañeras de noviciado, las otras monjas y la gente del
pueblo. Desee haberme quedado encinta y no tener de cumplirle más a mi marido.
-
Buenas noches Mercedes, espero que no te haya hecho daño.- Se disculpo tras un
largo silencio. Unos golpecitos a la puerta nos sobresaltaron.- Por favor, ábrela
tú.- Me exigió, a la vez que se metía dentro de las sabanas totalmente desnudo.
Me incorpore, a tientas busque mi camisola.
-
¿Señora esta despierta?- era una voz de chica. La reconocí rápido. Era Ingrid.
Por eso me vestí más rápido. Aún no le había explicado a Joaquín sobre el
incidente nocturno.
-
Sí.- Le respondí. A la vez, que encendí una vela y salí.- ¿Qué ocurre?
-
La herida, se ha despertado. Esta muy alterada Marquesa, se quiere levantar e
irse. No para de preguntar por usted. ¿Puede bajar un momento?- su rostro
reflejo un poco de pánico.
Dudé.
Mi sentido común me dictaba quedarme junto a mi esposo. Una parte de mí me
sentía muy sucia, como si hubiera traspasado una frontera definitiva y no había
opciones de retorno. Si acudía a consolar a la bandolera, seria alimentar una
absurdidad. Siempre sería aquella niña insignificante, que su padre abandono en
el convento y prefirió a sus otros hijos.
-
Bajaré más tarde.- Determiné. La nueva criada, sorprendida por mi fría
respuesta me impidió entrar en mi habitación.
-
Señora, esta como delirando y amenaza con asaltar el palacio de Echegaray.-
Añadió incrementando el tono de voz. Nos desafiamos. No me irrito su falta de
modales. Sólo temía que alguien nos hubiera escuchado. En uno de mis impulsos
irracionales, la obligué a entrar en mi alcoba.
-
¿Qué ocurre Mercedes?- pregunto mi marido enfadado, al verme junto a una simple
criada.
-
A media noche, ha venido una mujer mal herida y hemos tenido de llamar al
médico.- Le narré la versión oficial. Mi acompañante la corroboro, haciéndola
más creíble.- Ahora ha recuperado la conciencia y quiere verme.
-
¡Ah, esposa mía que buena eres! No obstante, deje que nuestros empleados se
encarguen de ella.-Hizo un gesto seco para que la chica se largase. Se le veía
cansado tras la noche insomne.
-
Lo siento, pero mi deber como católica es asistirla. Termina de pasar
por una experiencia muy dura y necesita compasión.- Cambié de opinión al
sentirme humillada e impotente. No me acostumbraba a ser mandada por un hombre.
En el convento, sí debía de cumplir normas, pero tenía libertad de movimientos
y decisiones. A parte, lo que más temía era que descubrieran la identidad de
nuestra paciente. Me puse la bata y lo desobedecí.
Ingrid
me siguió, seguía sin hablarme. Sólo me cogió del brazo. Percibí que algo
quería comunicarme, pero nos sentíamos como observadas en aquellas dispensas
privadas. Sólo cuando estuvimos lejos se desheló.
-
Ha dicho cada cosa Marquesa, horrible.- realmente parecía escandalizada.
-
Puede que haya sufrido mucho en su corta vida.- La justifique. Recordé a una
chica moribunda que cuide y acompañe hasta su último aliento. Su existencia
había sido muy triste, enferma desde su niñez y victima de burlas por otros
críos de Villa Ruiseñor. Experiencias duras que la marcaron y le provocaron
pesadillas tremendas. Le sujete la mano derecha, suplicándole compasión por
Bárbara
-
Es muy buena Señora. Vigile que no se aproveche de su bondad.- Me aconsejó de
forma dulce.- Percibo que en su interior alberga mucha rabia hacia los
aristócratas. Temo que la lastime.
-
Todo lo que se hace desde el centro del corazón Ingrid, nunca será malo ni hay
que frenarlo. Sólo veo a un ser frágil que necesita de nuestros cuidados. Una
vez se recupere, sólo espero que se marche lejos.-Le dije sinceramente. Nunca
abandonaría mis convicciones más personales.- No persigo los halagos, sólo hago lo que debo de hacer. No es nada excepcional. Sí ella la posee el
germen del resentimiento, tarde o temprano verá la luz. Y si no se condenará a
la infelicidad eterna.
-
Una gran lección, es admirable su forma de pensar.- Me sonrió.
Llegamos
a la habitación donde estaba la mujer que me había perturbado nada más
conocerla. Puse la mano en la puerta. Se oía un desgarrador llanto. Entramos
sin más divagaciones. Enfoque la cama. Estaba vacía. Me paralice brevemente.
Había un rastro de sangre por el suelo. Hallamos su cuerpo al suelo, cerca de las
sillas de la pared del crucero. Corrimos hacia su lado. Estaba consciente y los
ojos rojos de llorar. Su mirada estaba ausente, mirando al infinito, o a la
nada.
Me
arrodille a su lado, le agarre con delicadeza la cabeza y la llame por su
nombre. Mi sonido de voz la devolvió al mundo de los terrenales. Me miró con
intensidad y tristeza. Movió débilmente sus brazos y me acarició el rostro.
-
Mercedes, Mercedes,… te has apiadado de mi pobre ser. Tengo mucho miedo. Me
siento tan rara. Me toco el vientre y sé que algo terrible ha pasado.- Cerré
los ojos, sintiéndome incapaz de ocasionarle más daño. Implore a mi criada que
ayudará a incorporarla. Costo un poco, pero logramos encamarla de nuevo. El
apósito de su herida se había manchado de sangre. Bárbara estaba algo
somnolienta.
-Creo
que tiene fiebre señora. Esta ardiendo.
-
Sí. Vaya por paños y mójalos con agua fría. Mientras, le iré sacando el vestido
y le pondremos un fino camisón.- Mi eficaz criada salió y regreso veloz como un
rayó con uno de ella. Me dejo sola con la labor de desvestirla.
-
Bárbara, háblame que te escucho.- Le susurre. No sé si me comprendió, pero
siguió diciendo cosas inconexas, sin sentido al menos para mí. Encendí más
velas, quería estar muy alerta de su estado. Las manos me temblaban cuando
empecé a desabrocharle los botones. Antes ya la había contemplado su desnudez y
no debía de inquietarme. En aquella ocasión fue distinto. Algo nuevo estaba
naciendo en mi interior. Mis dedos rosaban su suave piel y me encantaba
sentirla. Era tan distinta a la de Joaquín. Mi centro de placer latía y mis
yemas acariciarían sus gráciles pechos. Observé su respiración y sus mugrones
rosados erectos. Me esforcé en cogerle sus brazos para quitarle el
vestido.
-
Quisiera besarte y abrazarte. No me dejes.- Me detuve, dudé si me lo suplicaba
a mi o a su marido. Seguí con la ardua tarea de desnudarla. Sus brazos se
movían, tratando de captar mi atención y entorpecían mi labor.- ¿Por qué no me
miras? Quiero fundirme con tu preciosa mirada azul, tan profunda. Me haces
viajar a través del cielo y por el más allá.
-
Estás delirando. No soy tu amante.- Le corregí.
-
Lo sé. Eres la dama más preciosa de Chile. Por favor, bésame otra vez… Tu
caricia de antes ha sido gloria bendita.- Me suplico. Sus facciones eran tan
adorables, reflejaba tanta ternura a pesar de ser una despiadada bandolera que
me derretí. Mi corazón se desboco de nuevo. El deseo era más fuerte que mi
firme voluntad de actuar con rectitud.
Me senté en la cama. Sus brazos consiguieron
aprisionarme. Lentamente, fui rompiendo la distancia que nos separaba. Nuestros
labios se rosaron levemente, como si temieran romperse si intensificaban el
contacto. Abrí más la boca, para saborear la miel de sus labios. Aquello era
febril, adictivo y una locura. Su cuerpo estaba temblando, invadido con
pequeños espasmos. Hondos suspiros, estremeciéndonos con la vorágine de
nuestros anhelos.
Sólo
el ruido de unos pasos nos detuvo. Me incorporé rápido. No me atrevía a
mirarla. La puerta se abrió y entró mi criada. Había cogido paños, viejas
sabanas y una galleta con agua del pozo. Se extraño un poco que estuviera aún
medio vestida. No dijo nada sobre el respeto y termino de hacerlo ella. Bárbara
ya no deliraba. Me miraba de reojo. La rehuía. Me perturbaba. Estaba más
calmada y su respiración más armoniosa. Mi beso la había anestesiado. La
culpabilidad dejo de atormentarme. Sólo había sido un acto de caridad. El
contacto físico solía ser milagroso.
La
fiebre descendió. La bandolera volvió a los brazos de Morfeo. El sol ya se
filtraba en su majestuosidad. Valentín irrumpió en la habitación de forma
abrupta. Me ordeno que retomara mis otras obligaciones.
-
¿Le manda el Marques Echegaray?
-
El Marques Möller.- Me admitió.- No es propio de Señoras cuidar personalmente a
personas ajenas y más de distinto rango social.
-
¡Es la última vez que le permito tanto osadía! Soy la Señora de la casa. Me
debe respeto y lealtad. Nunca negaré auxilio a nadie y les ofreceré mis
cuidados de enfermera si se requieren. ¡Váyase por favor! Nuestros invitados
estarán bien servidos con el personal nuevo. Y mi padre no tiene autoridad
aquí.
-
Lo siento Marquesa.- Y se fue dando un golpe seco de puerta.
-
Quizás, sea mejor que lo obedezca.- Me sugirió Ingrid.- La enferma esta mejor.
Dudé
un poco. Mire al cuerpo inerte de mi amada bandolera. Me fije que en su cuello
lucia mi crucecita. Fue una pequeña señal del cielo de esperanza. Sobreviviría.
Mi madre la estaba protegiendo. Se la toque. Rece.
-
Es muy bonita su cruz. Seguramente algún botín de algún atraco. Se ve una joya
muy cara por ella.- No inquirí nadie, aunque mis pómulos se sonrojaron.
-
¡Quién sabe!- Determine subir a mis aposentos y cambiarme de ropa. Por ganas me
hubiera acostado, pero me esperaba un intenso día de esclavitud social.
Aparentar ser la jovial y más pomposa Marquesa. Pude subir a las habitaciones
por la escalera del personal, pero lo hice por la escalinata principal. Me
cruce con la flamante y elegante Condesa Montero.
-
¡Cuñada, a estas horas y tan desaliñada!- su rostro no disimulo el horror de
verme de aquel modo.
-
He ido a supervisar la cocina, espero que la comida este exquisita.
-
¡Relájate mujer! Esas tareas las delegas a la ama de llaves. Mira, subo contigo
y te escojo el vestido para el desfile de caballos.- Lo había olvidado por
completo. Era una especie de feria equina, donde se exponían los mejores
ejemplares del mercado. No me motivaba ir. Aunque me dijeron mujeres de la
localidad, que era una fiesta hermosa porque adornaban carruajes con flores y
otras filigranas manuales.
Me
dejé dominar por el vendaval de mi amiga. Mi marido ya se había ido. La cama
estaba muy revuelta. Augusta me miro de forma picara, deduciendo nuestra luna
de miel. Me coloree.
-
¿Y cuéntame, como ha ido?
-
Bien supongo. Me voy a lavarme un poco.- No me apetecía entrar en detalles
tediosos. Me encerré en mi baño privado.
Me hipnotice con mi imagen reflejada en el espejo. Me acaricie la boca.
Me vi muy bonita. Mi físico nunca me había interesado y tampoco cultivaba mis
encantos femeninos. Prefería estudiar tratados de ciencia, leer libros,
escribir… ¿Era mi comportamiento tan atípico?
Me
acicalé y me maquille. Me había elegido un vestido muy elegante, demasiado por
pasear por la calle. Aunque la familia Echegaray, como la más ilustre de Viña,
estaría presente en el balcón del ayuntamiento, junto el alcalde. Aquel día sería
mi presentación oficial como los nuevos Marqueses. Mis suegros se habían
retirado de la vida social y mi marido ocupaba el mando del linaje.
-
Mechita, tener sexo con Joaquín te ha hecho florecer.- Un poco avergonzada deje
de sonreír.- Ya verás que una vez que te acostumbras, es adictivo. Eso claro si
tu marido es un buen amante. ¿Tuvo tacto?
-
Sólo fue como debía de ser por ser la primera vez.- Sentencie, cansada de su
insistencia en conocer mis intimidades. Me evoco a mi bandolera, sus
besos, sus palabras… Era incapaz de dejar de pensar en ella.- ¿Bajamos ya?
-
Algo me escondes,… No te apures, pronto lo sabré.- Me sonrió de forma burlesca.
Aparcamos el tema. En las escaleras nos
cruzamos con María Elsa, que estaba como ausente. Me le acerque y la agarre
suavemente por el brazo derecho.
-
¿Todo bien amiga?- me miro y respondió afirmativamente. No me convenció.
-
¿Y tu más tranquila? Te veo más animada, aunque haces una carita de sueño.
-
¡Nuestra cuñadita ya es mujer!- ironizó mi otra cuñada sin aflojar su tono de voz.
-
¡Augusta por favor no hagas un circo de mi novedad!- Exploré mi entorno, por
suerte no había nadie cerca.
Bajamos
a la planta baja, donde la mayoría de los invitados se concentraban para acudir
a la feria. Mi padre estaba hablando con Joaquín. Varias damas reclamaron mi
atención. Todo eran adulaciones. Odiaba ser la protagonista de la fiesta. El mayordomo nos informo que los carruajes
estaban ya dispuestos para usarse. Espere a mi marido, porque debíamos de presidir
a la comitiva.
Ingrid
se me acerco sigilosamente. Me deshice de forma apresurada de la madre de
Augusta, una mujer muy extrovertida y con comportamientos poco decorosos.
Salimos del salón y nos refugiamos en un rincón algo alejado de la muchedumbre.
-
Sólo informarle de que nuestra paciente se ha despertado. Ya no tiene fiebre.
Aún así, insiste en irse. No quiere ser una carga para usted.- Levante el
mentón y observe como mis invitados empezaban a dirigirse a su respectivo medio
de transporte. Joaquín apareció en escena, buscándome para marcharnos.
-
Lo siento, no puedo escapar de mi compromiso. Suplícale que no se vaya aún y
espere mi regreso. Debo de comunicarle algo muy vital.- El pecho izquierdo me
dolió. ¿Y si al regresar ya no estuviera? Era una locura mis sentimientos. No
debía de dolerme la perspectiva de su ausencia. Por unos instantes, estuve
tentada en correr hasta su lado y decírselo en persona.
-
¡Mercedes, vamos!- me ordeno mi marido.
Seguía indecisa. Le obligue a acercarse a nosotras.- ¿Seguís con el tema de la
herida? ¿Habéis llamado al médico?
-
Señor, esta mejor.- Respondió nuestra
empleada.- Aunque, quizás sea mejor que la vuelva a revisar.
-
De acuerdo, ordenare a Valentín que lo avise. Por favor, no vuelva a molestar a
mi mujer por ese tema.- Me sorprendió su severidad y falta de tacto. Me mordí
la lengua. Me voltee al sentirme asechada por varios depravadores sociales.
Comprendí que debía de ser más cauta. Nadie debía de saber que alojábamos a una
herida de arma blanca. Le agarré por el brazo, de forma cariñosa. Se relajo.
Gentilmente me sonrió para nuestro público. El murmullo ambiental se atenuó.
Mentiría
si asegurara que me divertí en la feria. Si fue bello ver los bellos caballos
desfilando elegantemente junto a sus orgullosos propietarios. Había mucha expectación
por la presencia del rey. La guardia real y los agentes de la comandancia
actuaban de forma coordinada, asegurándose de la paz y concordia
ambiental. Algún que otro silbido de
protesta hubo. No obstante, la mayoría seguía temiendo a los aristócratas y los
veían como unas figuras bendecidas por Dios.
Únicamente
quería estar a un sitio, al lado de una persona que tenía nombre de mujer,
Bárbara. Aquello era imparable y arrollador. Me había enamorado de una
bandolera, que vivía bajo el filo de la navaja y rodeada de misterios. Comprendí
que unas velas se habían apagado, pero se habían encendido otras. Eran luces
inciertas, que me iluminaban vagamente el camino. Daba miedo andar, porque
nadie te regalará un manual de actuación. Sólo avanzábamos mediante ensayó y
error.
Próximo capítulo: (6) El lucero del alba.
Próximo capítulo: (6) El lucero del alba.
Ahora entiendo xq tatdast el capitulo jeje espero pronto haya otro felicidades buen trabajo aunq odie la noch d bodas😂😂
ResponderEliminarBueno, era necesario para la maduración del personaje. Otro tipo de desarrollo. Quizás, pongo un poco a Mercedes en la piel de Bárbara, aunque sus matrimonios no son comparables tampoco. Mercedes se le ha obligado a casarse. Pero sigue el patrón social establecido por su epoca. Pronto iremos conociendo más detalles de como se desarrollará su matrimonio...
ResponderEliminarSi, voy escribiendo cuando puedo. Gracias por comentar