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María Elsa
En Viña.
Actualidad
Los
preparativos de la fiesta nos ayudo a olvidarnos del susto del atraco. El
castillo-palacio era enorme. El capataz nos conto que los Marqueses, de raíces
Europeas, lo habían construido imitando los castillo del viejo continente.
Varias torrecitas, que te regalaban increíbles panorámicas de la zona y
deliciosas puestas de sol. Había muchas dependencias, la mayoría en desuso. El
mobiliario era victoriano y lujoso. Una exposición de arte, ostentación y
dinero.
Decidimos
contractar más criados para limpiarlo. Los Marqueses de Echegaray se habían
trasladado a vivir a la capital del Chile. Sólo iban allí para el verano. Sólo
me consolaba que fuera un ambiente muy parecido a Villa Ruiseñor. Confiaba que
me adaptaría a aquella tranquilidad, a vivir sola allí, esperando que mi marido
me visitara para sembrar su semilla dentro de mí. Mi humilde contribución en
aquel engranaje, ofreciendo mi recipiente para engendrar el futuro heredero de
su linaje. Un pequeño papel para las mujeres. En mis lecturas, había
descubierto que había mujeres excepcionales, eclipsadas por sus maridos o por
las otras celebridades masculinas.
A
los atardeceres salíamos a pasear. Poco a poco, fuimos conociendo a las
personas. Los Marqueses eran la familia más poderosa de la villa. La segunda
autoridad eran los Larraín, burgueses adinerados. Su líder era el pelota
alcalde de la localidad. Al primer día ya me visito, ofreciéndose toda su ayuda
junto a su mujer, una tal Bernardita. Una mujer que me pareció muy amable y
servicial. En un solo momento nos enumero a las familias más respetables de la
zona. Su única rival habían sido los Varones Román. Lamentablemente, el último
de aquel linaje falleció sin tener descendencia.
-
¡Qué pena de familia! Poco después de fallecer se quemo su bello palacio. Se
rumorea que fue alguna de las amantes del Varón, que tenía mucha fama de
seductor. De hecho, tras su ausencia muchas mujeres aseguran haber tenido un
romance florido con él.- Hizo reír sólo a Augusta. María Elsa tenía el rostro
muy sobrio. No me gustaba verla padecer tanto en silencio.
En
los meses que había convivido con ella, le había cogido mucho afecto. Me
parecía una mujer diferente, que no encajaba en el siglo que estábamos. Si se
cultivara podría ser grande, una auténtica filosofa. Tristemente, pasaría por
la historia de refilón. La mayoría sólo se acordaría de ella por su sonado
romance con el joven sacerdote de su barrió y por su breve romance con una dama
de la reina. La admiraba a la vez que me daba vértigo. Contradictorio. Se había
realmente casado por exigencias paternales, maquillando su escandaloso
libertinaje. Era incapaz de juzgarla y me rendí a la fuerza de su monologo sobre
el amor. No niego que me conmociono. Una mujer amando a otra mujer me parecía
una abominación.
-
Besar a Cristina fue dulce, nada en comparación de besar a un hombre. No
lamento haberlo hecho. Pero siempre me han atraído los hombres. Conocí a una
Condesa, de mediana edad, que toda su existencia había estado enamorada de su
criada. Fueron felices juntas, hasta que su marido las atrapo en la cama. Fue
una gran tragedia. La denunció por adultera y fue condenada a la pena de
muerte.- Su revelación me erizo la piel. Aunque, lo veía lógico porque aquella
clase de amor era inmoral e iba contra natura. Trate de ocultárselo, pero mis
emociones me delataron.- ¿Amar a alguien es un pecado? Es amor hacia un ser
humano, tan digno como cualquier otro. El amor no daña, al contrario lo ilumina
y da sentido a una existencia.
-
Lo siento, no pretendía juzgarlo.- Añadí de forma apresurada y llena de
vergüenza.
-
Mercedes, no tienes de disculparte. La sociedad nos educa así.
Mi
amiga siempre tenía la habilidad de rescatar lo mejor de uno mismo, de
empatizar con las personas. Podía haber sido una libertina, pero su corazón era
enorme. Parte de su tiempo libre lo invertía en colaborar con la iglesia, en su
labor de caridad. Recolectaba dinero para invertirlo en compra de ropa, en
alimentos, ayudas para los orfanatos…
El
amor hacia el próximo salía de sus entrañas y lo ofrecía a manos llenas. Fiel y
aguerrida defensora de las causas que consideraba justas. Feminista confesa.
Buena madre, aunque a veces se perdía en largas batallas. Jamás desfallecía en
su empeño a mejorar el mundo. Y en poco tiempo se hizo un enorme hueco en mi
corazón. Me daba lástima que tras la gran fiesta regresará a Santiago de Chile.
En
la penúltima noche que estuvimos las tres, María Elsa entró en mi alcoba ya con
el camisón puesto. El insomnio era su pesadilla. Quería a mi hermano, pero
seguía extrañando el amor de su vida. Le regalaría parte de mi fe para que se
conformase con los tesoros que disponía. Creía que se abrazaba al pasado de
forma enfermiza. Mientras la nostalgia nos poseía nos olvidamos en vivir, a no
percatarnos de las cosas buenas que nos acompañan.
-
Te admiro por conformarte con las exigencias de tu padre. Quizás, el hecho que
no hayas conocido el amor te hace adaptar mejor a las imposiciones familiares.-
Me confeso, con una mirada intensa. Había un destello de melancolía, pero a la
vez una chispa de gozo.
-
He comprendido que puedo servir a Dios estando casada. No necesariamente debo
de cerrarme dentro cuatro paredes por ello. Eso te lo debo a ti.
-
No sé si te aconseje bien… Puede que la vida de monja sea más tranquila que la
de una aristócrata.- La vi un poco derrotada. Le cogí de la mano y se la
apreté.
-
¿Estás pensando en el amor de tu vida aún?
-
Sí. No se borra. Lo he odiado todo ese tiempo. Tus palabras me han hecho
reflexionar. Si realmente me amará, hubiera colgado sus hábitos.- No me oculto
la rabia que alberga en su interior.
-
Debería haber abandonado el sacerdocio, a fin de cuentas ha roto el voto de
castidad.- Remarqué con intensidad. Creía férreamente que las normas estaban
escritas para ser cumplidas. Fui dura e intransigente. No la ofendí, aunque
cambio de tema radicalmente.
-
Me sigue intrigando, ¿nunca te ha gustado algún muchachito? Sé que mi suegro
designo para ti la vida religiosa y eso marca. ¿Lo has tenido siempre tan
claro?- se rió de forma encantadora, como si fuera la chica alegre que trate en
la infancia.- Perdona, demasiadas preguntas a la vez.
-
La verdad es que no.- Admití sin meditarlo. Me sentí impactada por mi
revelación. Se me hacía raro. Más habiendo tratado a otras damas, que
suspiraban ante sus jóvenes pretendientes en los bailes de presentación en
sociedad.
-
¡Anda ya, no me lo creo!- me dio una suave colleja en la espalda.
-
Jamás miento amiga.- Incapaz de ocultar mi vergüenza. Me sentía una pequeña
hormiga a su lado.
-
¿Y el ladrón que te asalto, te derribo y te tuvo presa al suelo, no te gusto? –
Me quedé sin palabras tras escuchar su alocada observación.
-
¡Pero qué dices!- conseguí decir. Lo volví a recordar todo. En realidad, los
ojos de mi asaltante no se borraban de mi memoria. Al principio lo rechazaba,
me dominaba la indignación. No se olvidaba que me había quitado mi más preciado
tesoro. Luego, la certeza de qué era mujer me tenía algo transpuesta. Aún así,
estaba subyugada por su mirada dulce.- ¿Sentirme atraída por aquel bárbaro y
sin sentimientos? Nunca.
-
Me fije como lo mirabas.
-
Estaba simplemente bloqueada por el miedo. Nunca me fijaría en una persona como
él.- Estuve cerca de delatarla, por suerte me detuve a tiempo.
-
Ya, ya…Me gustaría verte a través de un agujero si te reencuentras con tu
asaltante.- Me vio molesta por su insistencia y se rindió.
-
Lo primero que haría sería reclamarle la cruz de mi madre.- Le remarque con
ira.
-
¿Merche, quizás eso sea una señal divina?- volviendo a la carga, riéndose
descaradamente de mí. Me tape la cara, para que no viera mi rostro sonrojado.
Me busco las cosquillas y me defendí. Terminamos rodando por la cama riendo estridentemente.
Augusta
entro en la habitación molesta por nuestro jolgorio, pues le habíamos
despertado. Nos miro como un polluelo abandonado y nos compadecimos de ella. Le
hicimos sitio en la cama y terminamos riéndonos a carcajadas. Me sentía feliz
por las cuñadas que tenía, a pesar de ser muy diferentes.
-
¿Por cierto, aún no has contado cómo fue la noche de casados?- pregunto la
morena, con los ojos llenos de morbo.- ¿Fue gentil Joaquín?
-
No ocurrió nada, iba tan borracho que se durmió sin quitarse la ropa.- Les
admití. Fue un gran alivio. Mi marido era simpático, muy caballeroso y parecía
buen chico. El día siguiente hablamos un poco. Los dos éramos como dos
polluelos nerviosos. Comprendimos que debíamos ir lentamente, para
acostumbrarnos. La amistad siempre debía ser nuestro faro.
-
¿Y los días siguientes…? ¿Nada? ¿Va a ser cierto lo que circula por la corte,
que es un afeminado?
-
¡Augusta, por Dios!- le regaño mi otra cuñada.- Un poco de respeto para el
chiquillo. Sólo son rumores. ¿Y si fuera así, qué ocurriría? La lástima, es que
nos obliguen a casar con alguien por puro interés familiar. Ya veréis que los
tiempos cambiarán, y podremos escoger con quién compartir resto de nuestra
vida.
Nos separamos a media de noche y en el silencio
de la oscuridad, el recuerdo de la calidez de aquel cuerpo femenino, rosando el
mío, me embriago. ¿Sería aquello atracción? Nació en mí una peligrosa certeza,
si me hubiera atrevido la hubiera besado. Había sido algo tan corto e intenso.
Gracias María Elsa por darme clarividencia a mis extraños sentimientos.
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