(6)
El lucero del alba
Otro atardecer repleto de ocio, con mucho
derroche de comida y vino. Era el banquete de la vanidad. Seguía sin sentirme
cómoda. Las mujeres, en excepción de María Elsa, estaban alienadas a los
cánones sociales. El futuro de la mujer era tan pobre y triste. Aún así, eran
felices representando el papel otorgado al nacer.
Mi
padre me felicito por haber consumado el matrimonio. Odie a mi marido por su
carencia de discreción. O quizás, era obligación informar a su suegro que la
esposa amada cumplía con sus deberes maritales. Fui incapaz de callarme.
-
¿Y cuando me dejará usted en paz? ¡Ya soy una mujer casada, ya no tiene derecho
de opinar sobre mi vida!
-
Cierto hijita. Sólo te pido que te comportes como la más correcta de las damas
y honores el apellido Möller.- Observo brevemente a la duquesa Quiroga y
añadió.- María Elsa no ha sido buena influencia para ti. Por favor, lima tu
carácter. Hay un orden establecido que se debe de respetar.
-
No se meta con mi amiga. Os guste o no, las mujeres somos seres pensantes
también.- En realidad, nunca me había considerado una chica audaz. Acepte las
directrices de mi destino sin rechistar. ¿Cómo hubiera podido revelarse una
niña pequeña, que era tan indefensa y vulnerable, de la voluntad paterna?
-
He conocido a mujeres que han pretendido ser superiores a los hombres y terminaron
nefastamente, cayendo en la absoluta soledad. El mejor destino de una dama es
crear una linda familia.- Su tono de voz era severo. Nuestro mundo parecía
inmovible, donde todas las féminas actuaban de forma automática.- Por cierto, te
han visto rondando por el castillo en altas horas de la noche. Vigila, tu
marido puede sospechar de tu fidelidad.
Los Echegaray son muy exigentes con sus consortes. Jamás te lo
perdonarían. La verdadera madre de Joaquín fue condenada a muerte por encamarse
con otro hombre.- Consiguió meterme el miedo en la piel.
Me
asfixiaba ante aquel teatro. Extrañaba a mi amada bandolera. A las siete, entre
en la mansión discretamente. Me aseguré que nadie me espiara. Sólo los criados
entraban y salían del jardín. Me dirigí sin mucho problema hacia las dispensas
de los criados. La zona estaba muy tranquila, un bálsamo de paz por mí ser.
Alcance
su alcoba. Sólo me separaba una sencilla puerta de madera de pino. La entreabrí
con lentitud. Temía hallar el nido vació. No debía ser fácil por ella estar en
la morada de una de sus víctimas, con el miedo de ser atrapada.
Yacía
en la cama, lateralizada hacia la izquierda. La sabana le cubría parte de su
esterilizado cuerpo. Su pierna derecha estaba descubierta. Era tan perfecta,
tan divina. Me moví con sigilo y gire la llave del cerrojo. En esa ocasión
nadie nos interrumpiría. Mi bella durmiente. Me senté a su lado. Alargue mis
manos en su rostro, para comprobar si seguía con fiebre. Más bien tenia la piel
fría. Mi leve contacto la despertó. Fue como la puesta de sol, como el lucero
del alba.
Dulce
silencio, voz de nuestras almas, penas y glorias, duras realidades
inescapables. Entrelazamos nuestros dedos. Me poseyó una pasión irrefrenable de
sueño. Necesitaba refugiarme entre sus brazos, dejar de pensar en la lógica de
nuestro magnetismo. Comprendiéndome, me hizo un hueco en la cama. Me estiré
tímidamente a su lado. Sus ojos marrones seguían mirándome con ternura.
-
Duérmete, velare tu sueño. Si viene alguien te despertaré. No temas, ahora me
toca a mí cuidarte.- Me susurro, a la misma vez que abrazo con sus fuertes
brazos. Toda ella transpiraba tanta dulzura, me daba tanta paz. Cerré los
parpados, sin dejar de percibir su calidez y su respiración acompasada.
Viaje
más allá del castillo y Bárbara estaba junto a mí. Vivíamos en una pequeña
cabañita, cerca de un bucólico pueblo. Rodeadas de verdes prados, frondosos
bosques y de un pequeño lago. Era de noche, estábamos sumergidas en un amoroso
silencio. Lejos de mi mundo de postín y de las apariencias. Simplemente era yo,
Mercedes de Möller. Viviendo sin preocuparme por lo que dirían.
Nos
deleitábamos con la hermosura del firmamento, contenía infinitos misterios
inexplorables. Mi amada bandolera me recitaba un precioso poema, se emocionaba
entre mis brazos… Tan fuerte y sensible a la vez. Tan única y distinta al resto
de mujeres que había tratado.
Sentí
sus labios en mi sien, me daba pequeños besos, era como si me cayeran pétalos
de rosa encima. Suspiré. Me embriague. Fuera real o no me excite y desperté.
Mis ojos se reencontraron con sus preciosos astros. Estaba tan cerca de mi
rostro que estuve tentada en robarle un beso. Una voz de hombre nos rompió el
hechizo.
Me
incorporé rápido, odiándome por mi imprudencia. Las advertencias de mi padre habían
hecho mella dentro de mí. Aunque, irónicamente mi amada bandolera nunca me dejaría
encinta. Aún así, no dejaba de ser inmoral sentir atracción hacía una mujer. En
un impulso le di un pequeño beso, para disculparme por tener de irme. Abrí la
puerta, saque la cabeza y vi a Joaquín. Salí y cerré la puerta, protegiendo a
mi amor. Por suerte, no se mostro tan autoritario como aquella mañana.
-
Lo siento, necesitaba supervisar que la paciente estuviera bien.- Me justifique
antes de qué protestará.
-
Uno no puede evitar ser como es. De todos modos, otro día no tardes tanto. La
gente murmura a tus espaldas.- Me sorprendió su cambio de actitud.- Mira,
tenemos una conversación pendiente y este es el momento.
-
¿No nos están esperando?- me sentía algo incomoda debatiendo asuntos
matrimoniales cerca de mí lucero del alba.
-
Mercedes, no quiero ser descortés, ni mucho menos desagradable contigo. Por
favor, no me interrumpas…- Me puso su dedo índice en los labios. Su gesto fue
dulce y me rendí a su voluntad.- No soy como mi padre, he luchado por no
parecerme con él. Aún así, no puedo escapar del que represento. Quizás, sea un
cobarde y algo ambicioso. No te seré fiel. No debería disculparme por lo que
hacen la mayoría de hombres, pero no quiero ser como ellos. Por eso te ofrezco
la misma libertad. Puedes encamarte con quién te plazca. Sólo te exijo dos
condiciones. Primera, que lo hagas tras el nacimiento de nuestro hijo varón. Y
la segunda, que seas discreta.
Me
quede sin palabras. Mi suelo se volvió inestable. ¿Debía de dar saltitos de
felicidad? Era solo la autentica anatomía de mi matrimonio arreglado. Si los
ladrones no nos hubieran atracado, mi existencia sería gris, sin luz ni
esperanza. Fríamente era desolador. Vivir fingiendo, residir en una cajita de muñecas
perfecta y radiante. Me habían dado un fuerte mazazo, trastocado mi humilde
universo, obligándome a madurar de forma abrupta. Ya no sabía que creer, o que
era lo mejor para mí… Me apoye en pared, sintiéndome tan indefensa y victima de
mi propio padre. ¿Por qué no pude decidir mi futuro?
-
¿Estás bien?- Su preocupación era sincera.- Debía de haber sido antes franco
contigo.
-
Sí, sí… No debería de sorprenderme. La existencia lejos del convento, ya por
sí, me pareció hostil. Tampoco soy tan ingenua. Palpo la falsedad que me rodea.
También soy afortunada de tener a María Elsa como amiga.
-
La Duquesa es una mujer excepcional. ¿Tratemos de ser unos buenos amigos, sí?-
me alargo la mano, se la cogí y terminamos abrazándonos. Me cayó bien Joaquín
al desnudo, sin ninguna mascara.- Por cierto, nuestro trato es secreto.
-
Por supuesto.- Lo certifique con una sonrisa.- ¿Me das permiso para velar a
nuestra paciente?
-
Sí. Perdona, no debí de habértelo prohibido. De todos modos, por favor, se cuidadosa.
Aunque, lo que me tiene algo transpuesto, o desconcertado, es si es hombre o
mujer.- Comento en tono irónico.- Valentín me tiene agobiado con sus
insinuaciones…
-
Ja, ja,… Es una mujer. El pobre mayordomo esta chocheando ya.- Volví a ser
cruel con el pobre empleado.- ¡Oh, lo siento! Sé que lo aprecias, que fue como
tu segundo padre. Pero comentan que ha perdido facultades. La entrada principal
había poca iluminación y la mujer lucía un vestido negro.
-
Sí, empieza a ser mayor. Hablaré con él, empieza a ser hora de su merecido
descanso.- Le cogí las manos, por el apoyo ofrecido. Aunque, me sentí un poco
cruel por mi petición. Era la primera vez que difamaba a alguien por puro
interés personal. Y todo por la persona que me había despertado las mariposas
en el estomago. ¿Merecía todo mi empeño para protegerla? ¿Sus ojos no me
estarían confundiendo? Quizás, era una ingrata que se estaba aprovechando de mi
impúdica ingenuidad.
-
Muchas gracias Joaquín.- Trague saliva y determine ofrecerle una prueba de
confianza.- Si deseas, te presento a nuestro huésped…
-
No hace falta. Te creo.- Me dio un pico fugaz.- Regresamos a la fiesta, antes
de que nos calumnien más.
-
Tengo muchas ganas de qué se vayan todos.- Le admití. Le sonreí. La nueva
faceta distendida de mi esposo me agradaba.- ¿Te quedarás unos días?
-
No. Regresaré a la corte. Estamos en un momento crítico para Chile. Los caminos
no son nada seguros. Ya lo has podido comprobar.- Me informó.
-
¡Oye, podrías influir en el rey para que disminuía los impuestos! Ayudaría a que
terminasen los hurtos.- Le sugerí, con la esperanza de mejorar un poco la vida
de los Chilenos.- Realizar otro tipo de políticas…
-
Mercedes, como se nota que ibas a tomar los hábitos de monja.- Su comentario me
pareció un poco hiriente. Aunque, en realidad siempre podía tener mil lecturas.
Por evitar discutir con él, le pase el brazo para la espalda y regresamos junto
a nuestros invitados.
Por la noche…
Mi
marido no acudió a mi alcoba. Acordamos de esperar si me llegaba la próxima
menstruación. Residiríamos separados y él me visitaría a menudo. Podría pasar
temporadas a Santiago de Chile si lo deseaba. Me pareció un trato justo. Me
apetecía echar raíces a Viña. Un pueblo muy parecido a Villa Ruiseñor. El sitio
ideal por criar a mi futuro hijo.
Espere
que todos se fuesen a la cama y el ruido ambiental menguara. No sería muy
decorosa mi nueva odisea nocturna, pero el impulso de verla era más fuerte que
la razón. Baje a tiemblas hasta la planta inferior. Estaba todo muy tranquilo.
Se notaba que los invitados estaban exhaustos de tanto jolgorio. El día
siguiente debían de emprender el viaje de retorno a sus hogares.
Accedí
a su habitación sin llamar. Había dos velas encendidas. Mi enamorada parecía un
ángel dormida. En una silla estaba Ingrid dormitando. Mi fiel y bondadosa
criada. No quise despertarlas. Me agache para arreglarle mejor la sabana. No
evite apartarle su pelo azabache del rostro y mientras lo hacía sus ojos se
abrieron.
-
¿Mercedes, eres tú?- su voz, como un suave murmullo, fue como una bocanada de
aire.
-
Sí. ¿Cómo te encuentras?
-
Bien. Y ahora que has regresado a mi lado, mucho mejor.- Me calle. Mire a mi
criada, que seguía ausente de la realidad. Temía que fuera testimonio de mis
pecaminosos actos.- ¿Qué te ocurre? ¿Sigues horrorizada por mis palabras tan
intrépidas? Por favor, no me pidas que asilencie la voz de mi interior.
-
Mi amiga Elsa dice que el amor es resplandeciente y bello, en todas sus
expresiones y manifestaciones. Aún así, me sigo escandalizando.- Le admití
avergonzada.- ¡Por favor no me juzgue!- le suplique. Le agarre la mano con
dulzura.
-
Nunca lo haré Marquesa, será nuestro más intimo secreto.- Sus dedos me
acariciaron las palmas de las manos. Cerré los ojos, gozando de aquellas
sutiles caricias. Me trastocaba, traicionaba mis intenciones y me hacía olvidar
mis modales.- Sí estaba encinta. No se atormente por mí. Lo he sabido nada más
he despertado. Ha sido tan confuso, que dudo si ha sido real.
-
Lo siento mucho Bárbara. Perder a un hijo es lo más doloroso por una mujer.
Quizás, le cueste volver a embarazarse. El médico no me dio esperanzas
alentadoras, aún así Dios tendrá su última palabra. Nunca hay que desfalleceré.-
Me agache y la abrace. Resto inerte. Percibí sus lágrimas en los ojos. Le bese
en los pómulos y respete su silencio.
-
Te parecerá bochornoso, en el profundo de mis entrañas lo celebro.- Ladeo la
cabeza, evitando mi compasión. No la comprendí. Aunque yo misma carecía de
vocación materna. ¿Cómo alguien podría rechazar la alegría de generar nueva
vida?
-
Esta poseyéndote el desanimo. La herida de perdida debe de sanar. Entonces,
volverás a estar preparada para la creación de otro bebe.- Le animé, cogiéndole
la cara con mis dos manos y obligándola a mirarme.
-
¡No Mercedes, yo no soy como el resto de mujeres! Además, si el embarazo
hubiera llegado a buen término, ¿qué clase de vida le hubiera esperado, soy una
prófuga de la ley y sin ninguna residencia fija?- sus frases fueron como
latigazos para mí. Un alma torturada y hondamente dañada.
-
Por favor, no desfallezca. Ahora lo ve todo muy oscuro, pero tu mañana puede
ser deslumbrante. Permítame ayudarte. ¡Aléjate de los peligrosos caminos que te
han conducido casi a las puertas de la muerte! Mejoremos el mundo juntas.- Le
sugerí sin meditarlo. Lamente rápidamente mi atrevimiento. Nunca sería la dueña
de su existencia ni me pertenecería.
-
Eres un ángel. No debe de complicarse la
existencia conmigo. He escuchado parte de su conversación con su esposo.
Discúlpame no he pretendido ser una metiche.- Me recoloco un mechón de pelo
revuelto detrás de la oreja. Me estremecí con aquel leve roce de sus dedos en
mi piel.- Su posición es complicada, aunque él le haya prometido un cierto
grado de libertad. He crecido en Viña y conozco las sombras de los Echegaray. Lincharon
a su madre biológica por adultera. Son puros explotadores colonialistas.
-
Sí, me lo ha revelado mi padre hoy. No creas, empiezo a tener mucho miedo. Soy
una esclava. Primero, de mi padre y ahora de mi marido.- Me incorporé. Mi
bandolera me sujeto el brazo derecho, impidiéndome que rompiera nuestra
cercanía. Me senté otra vez en la cama y agache el mentón.- ¿Se quedará junto a
mí?- Era una locura. Contradecía constantemente a la voz de mi cordura.
-
Hagamos una cosita, salgamos de esas cuatro paredes. Me asfixian y me siento
asechada por sus sombras.- Me propuso. Protesté. Se incorporo. Ingrid seguía
profundamente dormida. Mi cabeza me daba vueltas. No sabía cómo detenerla. El
problema era que deseaba alejarme de mis obligaciones de Marquesa. Y Dios me
señalo un brillante plan. Nadie sospecharía de una mujer humilde, luciendo un
uniforme de criada.
-
No te muevas. Sé cómo sacarte de ese sector de la mansión sin levantar
sospechas.- Salí de la habitación y atraque la habitación de mi fiel criada.
Regrese como un gran vendaval a su lado. Se la puso. Deje de mirarla,
sintiéndome torpe. Se rió por una de mis ocurrencias y se me contagio su
desparpajo.
-
Me estás sorprendiendo mucho Marquesa, no la creía tan picara.- Y me busco las
cosquillas, haciéndome reír más. Me deshice de sus atrevidas manos y la regañe
cariñosamente.
-
¡Conténgase Bárbara! Aunque me encanta su sonrisa y que haya barrido la
tristeza de sus bellas facciones.- Le agarre las manos y se las bese. Se mordió
los labios y sin dejarme de mirar asintió.- Bajaré antes, a la bodega, por un
buen vino. Le acompaño en la concia para que prepare las copas. Si viene
alguien, solo diles que eres mi camarera personal.
-
Será un placer servirla por unas horas Marquesa.- Hizo una breve reverencia y
me robo la mano para dejarme la imprenta
de sus labios húmedos. Con el rostro sonrojado y las piernas temblándome conseguí
abrir la puerta y salimos. No nos cruzamos con ninguna alma en pena.
Robe
una botella de vino y volé hacia mi bandida. Subimos hasta la última planta del
palacio, era una especie de torre de homenaje, típica las fortalezas
medievales. Curiosamente en ella habían instalado una extensa biblioteca,
repleta de auténticas obras de arte literarias. La había descubierto en el
segundo día de mi llegada. Sólo esperaba quedarme sola para explorarla con deleite.
Otra
maravilla de aquella zona, era la discreta terraza de su parte superior,
rodeada de grandes ventanales. Allí uno se podía evadir del mundo terrenal y
transportarse al más allá, en lo más divino. Soñar en cosas bonitas, en
planetas inimaginables, en otras existencias donde la mujer fuese más que un
mero objeto sexual y moneda de cambio. Mi amada bandolera se impresiono al ver
aquel submundo lleno de cultura. Me enamoro que amará los libros como yo.
Empezamos a coger volúmenes, ojearlos, olerlos…
-
Me recuerda a la biblioteca de los Varones Román. Mi madre, fue la modista
particular de la Varonesa hasta que falleció. De pequeña me traía con ella, y
para que no las incordiara me encerraban en ella. Amaba leer y poder viajar por
el mundo sin moverme de Viña. Los libros tienen ese poder, te emergen en otras
existencias y parajes muy distintos al tuyo.
-
Ja, ja… Es verdad. Y te enamoran, te decepcionan, te despiertan emociones…-
Hice una pausa, frenándome. No quería tampoco ser un huracán que lo barriese
todo en su paso.- Si te quedas junto a mí, podrás gozar de ese placer siempre
que desees.- La tenté, con una sonrisa tonta e incontrolable. Hablaban mis
puras emociones.
-
¡Es muy tenaz señora!- Guardo una obra de Cervantes y me miro con intensidad.
La luz de las estrellas y la luna me permitieron interpretar mejor su lenguaje
corporal. Debajo de su seguridad, percibí miedos, dudas y una lucha férrea
contra ella misma.
-
Entiendo, le espera el marido. Lo debes de extrañar.- Una ola de pena me ahogo.
Solía creer que jamás seria dichosa. Mi vida era tan insulsa, tan plana, tan
programada, con pocos espacios de felicidad intensa… Me gire y me dirigí hacia
la gran ventana. El firmamento lucía nítido sin ningún nubarrón que ocultara
las estrellas, los luceros de la noche. Tome el silencio ambiental como su
respuesta. Lo nuestro no era nada, sólo era gratitud.
Contuve
el llanto. Expulse mi frustración. Era una mujer hecha y derecha, no dejaría
que aquel pormenor me afectará. Era algo inmoral. ¿Hasta en qué punto deseaba
embarcarme en aquello tan incierto? De repente, sus manos se pusieron en mis
hombros. Me pedían permiso por abrasarme. Al paralizarme, me rodeo el cuerpo
por detrás y apoyo su mentón en mi hombro derecho. Sus labios rosaron la piel descubierta
de mi cuello. Y empezó a narrarme la verdad de su corazón.
-
No estoy casada. He vivido a espaldas de Dios, para algunos soy una impía que
merecería arder en la hoguera, castigada por su comportamiento inmoral. ¿Te
parezco un monstruo por ello?- no supe que responderle. Me aterraba su
seguridad, su forma pensar, alejada de las normas sociales.
-
¿Lo amas?- sólo fui capaz de gesticular. No era nadie para juzgarla. Mi
pregunta fue estúpida, porque creía que su respuesta seria obvia. Nadie la
había obligado a encamarse con su pareja sentimental.
-
Hay varias formas de amar Mercedes, ya lo irás descubriendo.- Sus palabras no
calmaron mi duende interior.- Lo quiero como tú puedes llegar a sentir hacia tu
marido. Aún así, cada vez que yo te acaricie,…- me susurro a la misma vez que
me sus intrépidas manos me levantaron el camisón y rosaron mis muslos.- Y te
bese, aquí en el cuello, en la espalda…- paso también a la acción.- Te estremecerás.
Todo ese volcán de sensaciones, que te hacen vibrar, palpitar el corazón y te
humedecen tus partes íntimas, con el más mínimo contacto, no lo siento con
Nicanor. Y bajo ese precioso firmamento, te confieso que me estoy enamorando de
ti. Eres la dama más bella que he conocido. Hermosa mía, quizás te parezca que
este delirando. ¡Quién sabe! Pero te deseo tanto, febrilmente.- Se separo un
poco avergonzada por su declaración de amor. Desperté de la ensoñación que
había caído. Me giré, le agarre del rostro suavemente y la bese. No hallaba las
palabras justas por aquella ocasión y solo le ofrecí lo que mis anhelos me
dictaban.
Un
ruido seco y unos pasos, cada vez más cerca, rompió el momento romántico.
Bárbara, algo pálida se sentó en el diván próximo al gran ventanal. Me relajé
al reconocer la mujer que estaba subiendo las escaleras. La salude desde
arriba. Se sorprendió en hallarme también allí.
-
Buenas noches Mechita. ¿Has subido a por un libro para ayudar a dormirte?-
Exploro el entorno. Se detuvo en la mesita donde habíamos dejado la bandeja con
los dos vasos y la botella de vino.- Perdona, quizás haya sido inoportuna.
¿Estás con alguien?
-
¿Marquesa, desea algo más?- me solicito de forma servicial la bandolera,
interpretando a la perfección su rol. Incluso, había cruzado las manos por
detrás su espalda.
-
No Bárbara. Puede usted retirarse. Siento haberle robado parte de su tiempo de
descanso.- Me gire me dirigí a Elsita.- Le he querido mostrar la biblioteca
porque es una amante de la lectura.
-
Sí, es una afición muy bonita.- Se nos acerco más y nos estudio con atención.-
¿Usted es nueva en el servicio, no?
-
Si ha empezado hoy. Esa tarde me ha solicitado trabajo y he sido incapaz de negárselo.-
Me justifique. Me sentí rara mintiéndole. ¿Aprobaría que ocultara la bandolera
que nos había atracado? Tampoco, pretendía incomodar a mi amada.
-
Lo siento, tampoco era asunto mío.- Volvió a contemplar la bandeja y a nosotras
dos.- Me voy, creo que he os he interrumpido. Bárbara, un placer conocerla.- Se
le acerco y dio dos besos. La chica se quedo tan sorprendida que no supo cómo
actuar. En esos momentos, los ojos de María Elsa se quedaron atrapados en su
cuello.
-
¿Se parece mucho al colgante que aquel intrépido bandido me robo, no?- inquirí
rápido al deducir la diana de su azoramiento.
-
La verdad es que sí.- Se puso la mano en la cara, algo perpleja.- Fue una señal
divina su hurto.- No entendí su ironía. Me sonrió dulcemente. Era incapaz de
enfadarme con ella. Cogió un libro. Nos deseo otra vez buenas noches y me hizo
un guiño. Esperamos un rato para volver a hablar. No supe si esconderme debajo
a la mesa o reírme debido a los nervios.
-
Muy agradable tu amiga. ¿Es la Duquesa Quiroga no?
-
Sí. ¡Dios qué vergüenza!
-
No temas Mercedes, no estamos haciendo nada pecaminoso.- Me levantó el mentón.
Me miro con sus ojos centellantes de amor.- Eres una mujer adorable, sensible,
dulce, única… El firmamento entero te debería de arrodillarse a tu luz. Me
siento afortunada de que me permitas ser tu amiga. Y nunca debes de
avergonzarte por sentirte mujer y ser como eres.- Me abrazo y apoye mi cabeza
en su cálido cuerpo. Su corazón latía tan rápido que me asusté. Me separé y le
explore de arriba abajo. Le toque la sien, que estaba temblada. Le hizo tanta
gracia mi revisión exagerada, que se rio.- ¡Estoy fresca como una rosa! Sabes,
hacía días que no dormía como un polluelo. Vamos, abrimos la botella y
brindamos por la fuerza del destino.
-
Sí, mejor.- Se lo agradecí. Los nervios me estaban haciendo trisas por dentro.
Cogí
torpemente el vino y le saque el corcho, evitando mirar sus luceros atentos a
mis gestos. Me embriagaban más que aquella bebida. En el convento, junto a mi
mejor amiga, una noche nos colamos en la sacristía del capellán. Creíamos que
en las misas se bebía sangre bendecida por Jesús. Por eso, llenas de
curiosidad, probamos el manjar de Dios. A pesar, de comprobar desde el principio
que no lo era, seguimos ingiriéndole como si fuera agua. La madre superiora nos
atrapo por nuestras carcajadas y parodia sobre algunos personajes de Villa
Ruiseñor. Nos pego castigo sin salir del convento durante casi quince días. Lo
que fue más tortura fue el tremendo dolor de cabeza que sobrevino después.
Llené las copas y nos sentamos en las hamacas
del lado de la ventana. Era fácil olvidarse de la realidad más inmediata, de
las identidades, de los porque, de los prejuicios y perderse en la inmensidad
del universo. Nada estaba escrito, nada era perdurable, no existían las
verdades puras. En el silencio nocturno, es cuando las almas se desnudan y se
muestran nítidamente, sin ocultar sus imperfecciones.
-
¡No te imaginaba tan tremenda!- Exclamó Bárbara tras escuchar mi anécdota de
infancia.
-
¡Si fui una santa!- Le dedique mi sonrisa más angelical.- Las monjas eran muy
severas y disciplinadas. A más sabiendas que tenía el futuro marcado. Mercedes
Möller será la nueva abadesa del convento.- Imite sin querer a mi mentora.
Siempre me ponía como ejemplo a las otras novicias.- ¿Qué me diría si me ve a través
del agujero de la puerta?
-
Mm, a una mujer adorable y de corazón muy bondadoso. Has salvado de la muerte a
quién te atraco y quieres salvar su alma.- Sus manos se acercaron y se unieron
tímidamente.
-
¿Y tú, fuiste una niña traviesa?- no terminaba a acostumbrar a tantas
adulaciones. No era especial. Sólo seguía las directrices aprendidas. Mi vida
había sido muy insulsa y poco motivadora.
-
Ja, ja… No te quiero escandalizar.- Ironizó. Me gustaba mucho su sonrisa y
brotase constantemente en su bello rostro. Observo el firmamento. Me sentía tan
pequeña a su lado. Intuí que debía de tener unos cinco años mayor que yo. Se le
notaba el peso de los años, de las penas y glorias.
-
¡No lo harás! Fui novicia y por poco tome los hábitos. Sí, puedo ser una
pardilla en algunos temas. Aún así, estoy descubriendo un mundo que da vértigo
y, a la vez, me fascina. ¿Contradictorio no?- En cierto modo, le exponía mi
desconcierto sobre mis sentimientos hacia ella. Había sido una artista de las
palabras, en los relatos que creaba en la penumbra, pero me estaba costando poner
voz a mis propios sentimientos.
-
Hermosa mía, no quiero ser un huracán que te quite tu estabilidad, o te aleje
de tu mundo seguro. Por eso, me quería ir, alejarme de ti. Me importa tu seguridad
y felicidad.- Su mirada era tan profunda, contenía tan amor que era
arrolladora. Me rendí en su majestuosidad, en aquella evidencia irrefutable.-
Lo sé, aunque te cueste verbalizarlo, o me lo niegues, te estás enamorando también
de mi.- Sentenció a unos pocos centímetros de mi boca. Se detuvo, esperando que
fuera yo quién tomará la iniciativa.
Una
tentación irrefrenable. Uní mis labios con los suyos de forma lenta y pausada.
Mi volcán interno empezó a arder. Fue una caricia breve, porque mi querida
bandida se separo. Apoyo su sien con la mía y vi su felicidad reflejada en su
rostro.
-
¡Por favor, no te vayas de mi lado!- Le suplique, pisando mis miedos más recónditos.
-
¿Estás segura de lo que me propones?- Me desafió dulcemente.
-
Sí.- Me reafirme. Le arregle el pelo desordenado. Volvía a caer en la pesadumbre.-
Si no te importa ser mi asistenta personal, o puedes realizar la labor que
desees… ¿Sabes cocer, como tu madre?
-
Por ganas seria tu mujer.- Su frase tan audaz me hizo colorear. Me sumergí en su mundo de fantasía, donde
sólo existíamos nosotras dos. Solas contra todo lo que podía entorpecer nuestra
dicha, refugiadas en un mundo idílico, dónde no importará que fuésemos dos
mujeres amándose.- Yacería cada noche a tu lado, para acunarte si tienes frio o
estás tristes, alentaría tus pesadillas, compartiríamos los luceros del alba
entrelazadas, sin sentir el temor de ser atrapadas por nadie…
-
Suena muy lindo.- Me hizo espacio en su hamaca, y me acurruque entre sus
brazos.- Aunque, será difícil y debemos de vigilar, podremos tenerlo si aceptas
mi propuesta.
-
¿Mi hermosa siempre eres tan perseverante?- Me abrazo un poco más fuerte y
suspiro largamente.
-
Soy una Möller, y solemos ser muy cabezotas. Es la primera vez que alguien me
hace sentir especial. Me da algo de pavor, no creas. Aún así, en esos días he
vivido intensamente. Tienes razón, no será nada fácil. Más para mí, que soy
algo beata. Bueno según mi amiga Augusta.
-
¿A dónde está esta mala amiga, que le diré lo bonita y sabia que eres?- Su
forma de voltear la cuestión me hizo reír. No le respondí. La mire como un
gatito ansioso de mimos.- Te advierto, que me querellaré contra cualquiera que
le falte el respeto.
-
¿Te quedarás entonces a mi lado?
-
Mercedes, aunque no me lo pidieras, siempre estaré velando por ti. Pase lo que
pase, si estamos juntas o no. Seré tu sombra protectora, tu ojo avizor, tu
amiga dispuesta a calmar tu desosiego, la manta que te abrigue si hace frio
polar,.. Prometo cuidarte, aunque sea desde lejos. Y si realmente deseas que no
me vaya, así lo haré. Necesito poner punto y aparte a mi menester de bandida,
al menos por ahora. Tampoco me gusta jurar en vano.
Mis
ojos se iluminaron y me emocione tanto, que incluso derrame lágrimas. Nos
besamos de nuevo, de forma breve. Empezaba a clarear y debíamos de regresar en
nuestros aposentos.
Me
costó despedirme de ella. Lo único que me consolaba era que al atardecer del nuevo
día, por fin estaríamos solas junto al personal doméstico. Me dormí rápidamente,
llena de promesas de amor. Entendía mucho más a los personajes de novelas
románticas que leía a escondidas. Lo creía todo tan artificial y ficticio. Aún
así, estaba descubriendo en mi propia piel, que el amor nos hace volar y nos
envía al paraíso.
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