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MI amada bandolera. (6) El lucero del alba




(6) El lucero del alba

 Otro atardecer repleto de ocio, con mucho derroche de comida y vino. Era el banquete de la vanidad. Seguía sin sentirme cómoda. Las mujeres, en excepción de María Elsa, estaban alienadas a los cánones sociales. El futuro de la mujer era tan pobre y triste. Aún así, eran felices representando el papel otorgado al nacer.
Mi padre me felicito por haber consumado el matrimonio. Odie a mi marido por su carencia de discreción. O quizás, era obligación informar a su suegro que la esposa amada cumplía con sus deberes maritales. Fui incapaz de callarme.
- ¿Y cuando me dejará usted en paz? ¡Ya soy una mujer casada, ya no tiene derecho de opinar sobre mi vida!
- Cierto hijita. Sólo te pido que te comportes como la más correcta de las damas y honores el apellido Möller.- Observo brevemente a la duquesa Quiroga y añadió.- María Elsa no ha sido buena influencia para ti. Por favor, lima tu carácter. Hay un orden establecido que se debe de respetar.
- No se meta con mi amiga. Os guste o no, las mujeres somos seres pensantes también.- En realidad, nunca me había considerado una chica audaz. Acepte las directrices de mi destino sin rechistar. ¿Cómo hubiera podido revelarse una niña pequeña, que era tan indefensa y vulnerable, de la voluntad paterna?
- He conocido a mujeres que han pretendido ser superiores a los hombres y terminaron nefastamente, cayendo en la absoluta soledad. El mejor destino de una dama es crear una linda familia.- Su tono de voz era severo. Nuestro mundo parecía inmovible, donde todas las féminas actuaban de forma automática.- Por cierto, te han visto rondando por el castillo en altas horas de la noche. Vigila, tu marido puede sospechar de tu fidelidad.  Los Echegaray son muy exigentes con sus consortes. Jamás te lo perdonarían. La verdadera madre de Joaquín fue condenada a muerte por encamarse con otro hombre.- Consiguió meterme el miedo en la piel.
Me asfixiaba ante aquel teatro. Extrañaba a mi amada bandolera. A las siete, entre en la mansión discretamente. Me aseguré que nadie me espiara. Sólo los criados entraban y salían del jardín. Me dirigí sin mucho problema hacia las dispensas de los criados. La zona estaba muy tranquila, un bálsamo de paz por mí ser.
Alcance su alcoba. Sólo me separaba una sencilla puerta de madera de pino. La entreabrí con lentitud. Temía hallar el nido vació. No debía ser fácil por ella estar en la morada de una de sus víctimas, con el miedo de ser atrapada.
Yacía en la cama, lateralizada hacia la izquierda. La sabana le cubría parte de su esterilizado cuerpo. Su pierna derecha estaba descubierta. Era tan perfecta, tan divina. Me moví con sigilo y gire la llave del cerrojo. En esa ocasión nadie nos interrumpiría. Mi bella durmiente. Me senté a su lado. Alargue mis manos en su rostro, para comprobar si seguía con fiebre. Más bien tenia la piel fría. Mi leve contacto la despertó. Fue como la puesta de sol, como el lucero del alba.
Dulce silencio, voz de nuestras almas, penas y glorias, duras realidades inescapables. Entrelazamos nuestros dedos. Me poseyó una pasión irrefrenable de sueño. Necesitaba refugiarme entre sus brazos, dejar de pensar en la lógica de nuestro magnetismo. Comprendiéndome, me hizo un hueco en la cama. Me estiré tímidamente a su lado. Sus ojos marrones seguían mirándome con ternura.
- Duérmete, velare tu sueño. Si viene alguien te despertaré. No temas, ahora me toca a mí cuidarte.- Me susurro, a la misma vez que abrazo con sus fuertes brazos. Toda ella transpiraba tanta dulzura, me daba tanta paz. Cerré los parpados, sin dejar de percibir su calidez y su respiración acompasada.
Viaje más allá del castillo y Bárbara estaba junto a mí. Vivíamos en una pequeña cabañita, cerca de un bucólico pueblo. Rodeadas de verdes prados, frondosos bosques y de un pequeño lago. Era de noche, estábamos sumergidas en un amoroso silencio. Lejos de mi mundo de postín y de las apariencias. Simplemente era yo, Mercedes de Möller. Viviendo sin preocuparme por lo que dirían.
Nos deleitábamos con la hermosura del firmamento, contenía infinitos misterios inexplorables. Mi amada bandolera me recitaba un precioso poema, se emocionaba entre mis brazos… Tan fuerte y sensible a la vez. Tan única y distinta al resto de mujeres que había tratado.
Sentí sus labios en mi sien, me daba pequeños besos, era como si me cayeran pétalos de rosa encima. Suspiré. Me embriague. Fuera real o no me excite y desperté. Mis ojos se reencontraron con sus preciosos astros. Estaba tan cerca de mi rostro que estuve tentada en robarle un beso. Una voz de hombre nos rompió el hechizo.
Me incorporé rápido, odiándome por mi imprudencia. Las advertencias de mi padre habían hecho mella dentro de mí. Aunque, irónicamente mi amada bandolera nunca me dejaría encinta. Aún así, no dejaba de ser inmoral sentir atracción hacía una mujer. En un impulso le di un pequeño beso, para disculparme por tener de irme. Abrí la puerta, saque la cabeza y vi a Joaquín. Salí y cerré la puerta, protegiendo a mi amor. Por suerte, no se mostro tan autoritario como aquella mañana.
- Lo siento, necesitaba supervisar que la paciente estuviera bien.- Me justifique antes de qué protestará.
- Uno no puede evitar ser como es. De todos modos, otro día no tardes tanto. La gente murmura a tus espaldas.- Me sorprendió su cambio de actitud.- Mira, tenemos una conversación pendiente y este es el momento.
- ¿No nos están esperando?- me sentía algo incomoda debatiendo asuntos matrimoniales cerca de mí lucero del alba.
- Mercedes, no quiero ser descortés, ni mucho menos desagradable contigo. Por favor, no me interrumpas…- Me puso su dedo índice en los labios. Su gesto fue dulce y me rendí a su voluntad.- No soy como mi padre, he luchado por no parecerme con él. Aún así, no puedo escapar del que represento. Quizás, sea un cobarde y algo ambicioso. No te seré fiel. No debería disculparme por lo que hacen la mayoría de hombres, pero no quiero ser como ellos. Por eso te ofrezco la misma libertad. Puedes encamarte con quién te plazca. Sólo te exijo dos condiciones. Primera, que lo hagas tras el nacimiento de nuestro hijo varón. Y la segunda, que seas discreta.
Me quede sin palabras. Mi suelo se volvió inestable. ¿Debía de dar saltitos de felicidad? Era solo la autentica anatomía de mi matrimonio arreglado. Si los ladrones no nos hubieran atracado, mi existencia sería gris, sin luz ni esperanza. Fríamente era desolador. Vivir fingiendo, residir en una cajita de muñecas perfecta y radiante. Me habían dado un fuerte mazazo, trastocado mi humilde universo, obligándome a madurar de forma abrupta. Ya no sabía que creer, o que era lo mejor para mí… Me apoye en pared, sintiéndome tan indefensa y victima de mi propio padre. ¿Por qué no pude decidir mi futuro?
- ¿Estás bien?- Su preocupación era sincera.- Debía de haber sido antes franco contigo.
- Sí, sí… No debería de sorprenderme. La existencia lejos del convento, ya por sí, me pareció hostil. Tampoco soy tan ingenua. Palpo la falsedad que me rodea. También soy afortunada de tener a María Elsa como amiga.
- La Duquesa es una mujer excepcional. ¿Tratemos de ser unos buenos amigos, sí?- me alargo la mano, se la cogí y terminamos abrazándonos. Me cayó bien Joaquín al desnudo, sin ninguna mascara.- Por cierto, nuestro trato es secreto.
- Por supuesto.- Lo certifique con una sonrisa.- ¿Me das permiso para velar a nuestra paciente?
- Sí. Perdona, no debí de habértelo prohibido. De todos modos, por favor, se cuidadosa. Aunque, lo que me tiene algo transpuesto, o desconcertado, es si es hombre o mujer.- Comento en tono irónico.- Valentín me tiene agobiado con sus insinuaciones…
- Ja, ja,… Es una mujer. El pobre mayordomo esta chocheando ya.- Volví a ser cruel con el pobre empleado.- ¡Oh, lo siento! Sé que lo aprecias, que fue como tu segundo padre. Pero comentan que ha perdido facultades. La entrada principal había poca iluminación y la mujer lucía un vestido negro.
- Sí, empieza a ser mayor. Hablaré con él, empieza a ser hora de su merecido descanso.- Le cogí las manos, por el apoyo ofrecido. Aunque, me sentí un poco cruel por mi petición. Era la primera vez que difamaba a alguien por puro interés personal. Y todo por la persona que me había despertado las mariposas en el estomago. ¿Merecía todo mi empeño para protegerla? ¿Sus ojos no me estarían confundiendo? Quizás, era una ingrata que se estaba aprovechando de mi impúdica ingenuidad.
- Muchas gracias Joaquín.- Trague saliva y determine ofrecerle una prueba de confianza.- Si deseas, te presento a nuestro huésped…
- No hace falta. Te creo.- Me dio un pico fugaz.- Regresamos a la fiesta, antes de que nos calumnien más.
- Tengo muchas ganas de qué se vayan todos.- Le admití. Le sonreí. La nueva faceta distendida de mi esposo me agradaba.- ¿Te quedarás unos días?
- No. Regresaré a la corte. Estamos en un momento crítico para Chile. Los caminos no son nada seguros. Ya lo has podido comprobar.- Me informó.
- ¡Oye, podrías influir en el rey para que disminuía los impuestos! Ayudaría a que terminasen los hurtos.- Le sugerí, con la esperanza de mejorar un poco la vida de los Chilenos.- Realizar otro tipo de políticas…
- Mercedes, como se nota que ibas a tomar los hábitos de monja.- Su comentario me pareció un poco hiriente. Aunque, en realidad siempre podía tener mil lecturas. Por evitar discutir con él, le pase el brazo para la espalda y regresamos junto a nuestros invitados.

Por la noche…
Mi marido no acudió a mi alcoba. Acordamos de esperar si me llegaba la próxima menstruación. Residiríamos separados y él me visitaría a menudo. Podría pasar temporadas a Santiago de Chile si lo deseaba. Me pareció un trato justo. Me apetecía echar raíces a Viña. Un pueblo muy parecido a Villa Ruiseñor. El sitio ideal por criar a mi futuro hijo.
Espere que todos se fuesen a la cama y el ruido ambiental menguara. No sería muy decorosa mi nueva odisea nocturna, pero el impulso de verla era más fuerte que la razón. Baje a tiemblas hasta la planta inferior. Estaba todo muy tranquilo. Se notaba que los invitados estaban exhaustos de tanto jolgorio. El día siguiente debían de emprender el viaje de retorno a sus hogares.
Accedí a su habitación sin llamar. Había dos velas encendidas. Mi enamorada parecía un ángel dormida. En una silla estaba Ingrid dormitando. Mi fiel y bondadosa criada. No quise despertarlas. Me agache para arreglarle mejor la sabana. No evite apartarle su pelo azabache del rostro y mientras lo hacía sus ojos se abrieron.
- ¿Mercedes, eres tú?- su voz, como un suave murmullo, fue como una bocanada de aire.
- Sí. ¿Cómo te encuentras?
- Bien. Y ahora que has regresado a mi lado, mucho mejor.- Me calle. Mire a mi criada, que seguía ausente de la realidad. Temía que fuera testimonio de mis pecaminosos actos.- ¿Qué te ocurre? ¿Sigues horrorizada por mis palabras tan intrépidas? Por favor, no me pidas que asilencie la voz de mi interior.
- Mi amiga Elsa dice que el amor es resplandeciente y bello, en todas sus expresiones y manifestaciones. Aún así, me sigo escandalizando.- Le admití avergonzada.- ¡Por favor no me juzgue!- le suplique. Le agarre la mano con dulzura.
- Nunca lo haré Marquesa, será nuestro más intimo secreto.- Sus dedos me acariciaron las palmas de las manos. Cerré los ojos, gozando de aquellas sutiles caricias. Me trastocaba, traicionaba mis intenciones y me hacía olvidar mis modales.- Sí estaba encinta. No se atormente por mí. Lo he sabido nada más he despertado. Ha sido tan confuso, que dudo si ha sido real.
- Lo siento mucho Bárbara. Perder a un hijo es lo más doloroso por una mujer. Quizás, le cueste volver a embarazarse. El médico no me dio esperanzas alentadoras, aún así Dios tendrá su última palabra. Nunca hay que desfalleceré.- Me agache y la abrace. Resto inerte. Percibí sus lágrimas en los ojos. Le bese en los pómulos y respete su silencio.
- Te parecerá bochornoso, en el profundo de mis entrañas lo celebro.- Ladeo la cabeza, evitando mi compasión. No la comprendí. Aunque yo misma carecía de vocación materna. ¿Cómo alguien podría rechazar la alegría de generar nueva vida?
- Esta poseyéndote el desanimo. La herida de perdida debe de sanar. Entonces, volverás a estar preparada para la creación de otro bebe.- Le animé, cogiéndole la cara con mis dos manos y obligándola a mirarme.
- ¡No Mercedes, yo no soy como el resto de mujeres! Además, si el embarazo hubiera llegado a buen término, ¿qué clase de vida le hubiera esperado, soy una prófuga de la ley y sin ninguna residencia fija?- sus frases fueron como latigazos para mí. Un alma torturada y hondamente dañada.
- Por favor, no desfallezca. Ahora lo ve todo muy oscuro, pero tu mañana puede ser deslumbrante. Permítame ayudarte. ¡Aléjate de los peligrosos caminos que te han conducido casi a las puertas de la muerte! Mejoremos el mundo juntas.- Le sugerí sin meditarlo. Lamente rápidamente mi atrevimiento. Nunca sería la dueña de su existencia ni me pertenecería.
-  Eres un ángel. No debe de complicarse la existencia conmigo. He escuchado parte de su conversación con su esposo. Discúlpame no he pretendido ser una metiche.- Me recoloco un mechón de pelo revuelto detrás de la oreja. Me estremecí con aquel leve roce de sus dedos en mi piel.- Su posición es complicada, aunque él le haya prometido un cierto grado de libertad. He crecido en Viña y conozco las sombras de los Echegaray. Lincharon a su madre biológica por adultera. Son puros explotadores colonialistas.
- Sí, me lo ha revelado mi padre hoy. No creas, empiezo a tener mucho miedo. Soy una esclava. Primero, de mi padre y ahora de mi marido.- Me incorporé. Mi bandolera me sujeto el brazo derecho, impidiéndome que rompiera nuestra cercanía. Me senté otra vez en la cama y agache el mentón.- ¿Se quedará junto a mí?- Era una locura. Contradecía constantemente a la voz de mi cordura.
- Hagamos una cosita, salgamos de esas cuatro paredes. Me asfixian y me siento asechada por sus sombras.- Me propuso. Protesté. Se incorporo. Ingrid seguía profundamente dormida. Mi cabeza me daba vueltas. No sabía cómo detenerla. El problema era que deseaba alejarme de mis obligaciones de Marquesa. Y Dios me señalo un brillante plan. Nadie sospecharía de una mujer humilde, luciendo un uniforme de criada.
- No te muevas. Sé cómo sacarte de ese sector de la mansión sin levantar sospechas.- Salí de la habitación y atraque la habitación de mi fiel criada. Regrese como un gran vendaval a su lado. Se la puso. Deje de mirarla, sintiéndome torpe. Se rió por una de mis ocurrencias y se me contagio su desparpajo.
- Me estás sorprendiendo mucho Marquesa, no la creía tan picara.- Y me busco las cosquillas, haciéndome reír más. Me deshice de sus atrevidas manos y la regañe cariñosamente.
- ¡Conténgase Bárbara! Aunque me encanta su sonrisa y que haya barrido la tristeza de sus bellas facciones.- Le agarre las manos y se las bese. Se mordió los labios y sin dejarme de mirar asintió.- Bajaré antes, a la bodega, por un buen vino. Le acompaño en la concia para que prepare las copas. Si viene alguien, solo diles que eres mi camarera personal.
- Será un placer servirla por unas horas Marquesa.- Hizo una breve reverencia y me robo la mano para dejarme  la imprenta de sus labios húmedos. Con el rostro sonrojado y las piernas temblándome conseguí abrir la puerta y salimos. No nos cruzamos con ninguna alma en pena.
Robe una botella de vino y volé hacia mi bandida. Subimos hasta la última planta del palacio, era una especie de torre de homenaje, típica las fortalezas medievales. Curiosamente en ella habían instalado una extensa biblioteca, repleta de auténticas obras de arte literarias. La había descubierto en el segundo día de mi llegada. Sólo esperaba quedarme sola para explorarla con deleite.
Otra maravilla de aquella zona, era la discreta terraza de su parte superior, rodeada de grandes ventanales. Allí uno se podía evadir del mundo terrenal y transportarse al más allá, en lo más divino. Soñar en cosas bonitas, en planetas inimaginables, en otras existencias donde la mujer fuese más que un mero objeto sexual y moneda de cambio. Mi amada bandolera se impresiono al ver aquel submundo lleno de cultura. Me enamoro que amará los libros como yo. Empezamos a coger volúmenes, ojearlos, olerlos…
- Me recuerda a la biblioteca de los Varones Román. Mi madre, fue la modista particular de la Varonesa hasta que falleció. De pequeña me traía con ella, y para que no las incordiara me encerraban en ella. Amaba leer y poder viajar por el mundo sin moverme de Viña. Los libros tienen ese poder, te emergen en otras existencias y parajes muy distintos al tuyo.
- Ja, ja… Es verdad. Y te enamoran, te decepcionan, te despiertan emociones…- Hice una pausa, frenándome. No quería tampoco ser un huracán que lo barriese todo en su paso.- Si te quedas junto a mí, podrás gozar de ese placer siempre que desees.- La tenté, con una sonrisa tonta e incontrolable. Hablaban mis puras emociones.
- ¡Es muy tenaz señora!- Guardo una obra de Cervantes y me miro con intensidad. La luz de las estrellas y la luna me permitieron interpretar mejor su lenguaje corporal. Debajo de su seguridad, percibí miedos, dudas y una lucha férrea contra ella misma.
- Entiendo, le espera el marido. Lo debes de extrañar.- Una ola de pena me ahogo. Solía creer que jamás seria dichosa. Mi vida era tan insulsa, tan plana, tan programada, con pocos espacios de felicidad intensa… Me gire y me dirigí hacia la gran ventana. El firmamento lucía nítido sin ningún nubarrón que ocultara las estrellas, los luceros de la noche. Tome el silencio ambiental como su respuesta. Lo nuestro no era nada, sólo era gratitud.
Contuve el llanto. Expulse mi frustración. Era una mujer hecha y derecha, no dejaría que aquel pormenor me afectará. Era algo inmoral. ¿Hasta en qué punto deseaba embarcarme en aquello tan incierto? De repente, sus manos se pusieron en mis hombros. Me pedían permiso por abrasarme. Al paralizarme, me rodeo el cuerpo por detrás y apoyo su mentón en mi hombro derecho. Sus labios rosaron la piel descubierta de mi cuello. Y empezó a narrarme la verdad de su corazón.
- No estoy casada. He vivido a espaldas de Dios, para algunos soy una impía que merecería arder en la hoguera, castigada por su comportamiento inmoral. ¿Te parezco un monstruo por ello?- no supe que responderle. Me aterraba su seguridad, su forma pensar, alejada de las normas sociales.
- ¿Lo amas?- sólo fui capaz de gesticular. No era nadie para juzgarla. Mi pregunta fue estúpida, porque creía que su respuesta seria obvia. Nadie la había obligado a encamarse con su pareja sentimental.
- Hay varias formas de amar Mercedes, ya lo irás descubriendo.- Sus palabras no calmaron mi duende interior.- Lo quiero como tú puedes llegar a sentir hacia tu marido. Aún así, cada vez que yo te acaricie,…- me susurro a la misma vez que me sus intrépidas manos me levantaron el camisón y rosaron mis muslos.- Y te bese, aquí en el cuello, en la espalda…- paso también a la acción.- Te estremecerás. Todo ese volcán de sensaciones, que te hacen vibrar, palpitar el corazón y te humedecen tus partes íntimas, con el más mínimo contacto, no lo siento con Nicanor. Y bajo ese precioso firmamento, te confieso que me estoy enamorando de ti. Eres la dama más bella que he conocido. Hermosa mía, quizás te parezca que este delirando. ¡Quién sabe! Pero te deseo tanto, febrilmente.- Se separo un poco avergonzada por su declaración de amor. Desperté de la ensoñación que había caído. Me giré, le agarre del rostro suavemente y la bese. No hallaba las palabras justas por aquella ocasión y solo le ofrecí lo que mis anhelos me dictaban.
Un ruido seco y unos pasos, cada vez más cerca, rompió el momento romántico. Bárbara, algo pálida se sentó en el diván próximo al gran ventanal. Me relajé al reconocer la mujer que estaba subiendo las escaleras. La salude desde arriba. Se sorprendió en hallarme también allí.
- Buenas noches Mechita. ¿Has subido a por un libro para ayudar a dormirte?- Exploro el entorno. Se detuvo en la mesita donde habíamos dejado la bandeja con los dos vasos y la botella de vino.- Perdona, quizás haya sido inoportuna. ¿Estás con alguien?
- ¿Marquesa, desea algo más?- me solicito de forma servicial la bandolera, interpretando a la perfección su rol. Incluso, había cruzado las manos por detrás su espalda.
- No Bárbara. Puede usted retirarse. Siento haberle robado parte de su tiempo de descanso.- Me gire me dirigí a Elsita.- Le he querido mostrar la biblioteca porque es una amante de la lectura.
- Sí, es una afición muy bonita.- Se nos acerco más y nos estudio con atención.- ¿Usted es nueva en el servicio, no?
- Si ha empezado hoy. Esa tarde me ha solicitado trabajo y he sido incapaz de negárselo.- Me justifique. Me sentí rara mintiéndole. ¿Aprobaría que ocultara la bandolera que nos había atracado? Tampoco, pretendía incomodar a mi amada.
- Lo siento, tampoco era asunto mío.- Volvió a contemplar la bandeja y a nosotras dos.- Me voy, creo que he os he interrumpido. Bárbara, un placer conocerla.- Se le acerco y dio dos besos. La chica se quedo tan sorprendida que no supo cómo actuar. En esos momentos, los ojos de María Elsa se quedaron atrapados en su cuello.
- ¿Se parece mucho al colgante que aquel intrépido bandido me robo, no?- inquirí rápido al deducir la diana de su azoramiento.
- La verdad es que sí.- Se puso la mano en la cara, algo perpleja.- Fue una señal divina su hurto.- No entendí su ironía. Me sonrió dulcemente. Era incapaz de enfadarme con ella. Cogió un libro. Nos deseo otra vez buenas noches y me hizo un guiño. Esperamos un rato para volver a hablar. No supe si esconderme debajo a la mesa o reírme debido a los nervios.
- Muy agradable tu amiga. ¿Es la Duquesa Quiroga no?
- Sí. ¡Dios qué vergüenza!
- No temas Mercedes, no estamos haciendo nada pecaminoso.- Me levantó el mentón. Me miro con sus ojos centellantes de amor.- Eres una mujer adorable, sensible, dulce, única… El firmamento entero te debería de arrodillarse a tu luz. Me siento afortunada de que me permitas ser tu amiga. Y nunca debes de avergonzarte por sentirte mujer y ser como eres.- Me abrazo y apoye mi cabeza en su cálido cuerpo. Su corazón latía tan rápido que me asusté. Me separé y le explore de arriba abajo. Le toque la sien, que estaba temblada. Le hizo tanta gracia mi revisión exagerada, que se rio.- ¡Estoy fresca como una rosa! Sabes, hacía días que no dormía como un polluelo. Vamos, abrimos la botella y brindamos por la fuerza del destino.
- Sí, mejor.- Se lo agradecí. Los nervios me estaban haciendo trisas por dentro.
Cogí torpemente el vino y le saque el corcho, evitando mirar sus luceros atentos a mis gestos. Me embriagaban más que aquella bebida. En el convento, junto a mi mejor amiga, una noche nos colamos en la sacristía del capellán. Creíamos que en las misas se bebía sangre bendecida por Jesús. Por eso, llenas de curiosidad, probamos el manjar de Dios. A pesar, de comprobar desde el principio que no lo era, seguimos ingiriéndole como si fuera agua. La madre superiora nos atrapo por nuestras carcajadas y parodia sobre algunos personajes de Villa Ruiseñor. Nos pego castigo sin salir del convento durante casi quince días. Lo que fue más tortura fue el tremendo dolor de cabeza que sobrevino después.
 Llené las copas y nos sentamos en las hamacas del lado de la ventana. Era fácil olvidarse de la realidad más inmediata, de las identidades, de los porque, de los prejuicios y perderse en la inmensidad del universo. Nada estaba escrito, nada era perdurable, no existían las verdades puras. En el silencio nocturno, es cuando las almas se desnudan y se muestran nítidamente, sin ocultar sus imperfecciones.
- ¡No te imaginaba tan tremenda!- Exclamó Bárbara tras escuchar mi anécdota de infancia.
- ¡Si fui una santa!- Le dedique mi sonrisa más angelical.- Las monjas eran muy severas y disciplinadas. A más sabiendas que tenía el futuro marcado. Mercedes Möller será la nueva abadesa del convento.- Imite sin querer a mi mentora. Siempre me ponía como ejemplo a las otras novicias.- ¿Qué me diría si me ve a través del agujero de la puerta?
- Mm, a una mujer adorable y de corazón muy bondadoso. Has salvado de la muerte a quién te atraco y quieres salvar su alma.- Sus manos se acercaron y se unieron tímidamente.
- ¿Y tú, fuiste una niña traviesa?- no terminaba a acostumbrar a tantas adulaciones. No era especial. Sólo seguía las directrices aprendidas. Mi vida había sido muy insulsa y poco motivadora.
- Ja, ja… No te quiero escandalizar.- Ironizó. Me gustaba mucho su sonrisa y brotase constantemente en su bello rostro. Observo el firmamento. Me sentía tan pequeña a su lado. Intuí que debía de tener unos cinco años mayor que yo. Se le notaba el peso de los años, de las penas y glorias.
- ¡No lo harás! Fui novicia y por poco tome los hábitos. Sí, puedo ser una pardilla en algunos temas. Aún así, estoy descubriendo un mundo que da vértigo y, a la vez, me fascina. ¿Contradictorio no?- En cierto modo, le exponía mi desconcierto sobre mis sentimientos hacia ella. Había sido una artista de las palabras, en los relatos que creaba en la penumbra, pero me estaba costando poner voz a mis propios sentimientos.
- Hermosa mía, no quiero ser un huracán que te quite tu estabilidad, o te aleje de tu mundo seguro. Por eso, me quería ir, alejarme de ti. Me importa tu seguridad y felicidad.- Su mirada era tan profunda, contenía tan amor que era arrolladora. Me rendí en su majestuosidad, en aquella evidencia irrefutable.- Lo sé, aunque te cueste verbalizarlo, o me lo niegues, te estás enamorando también de mi.- Sentenció a unos pocos centímetros de mi boca. Se detuvo, esperando que fuera yo quién tomará la iniciativa.
Una tentación irrefrenable. Uní mis labios con los suyos de forma lenta y pausada. Mi volcán interno empezó a arder. Fue una caricia breve, porque mi querida bandida se separo. Apoyo su sien con la mía y vi su felicidad reflejada en su rostro.
- ¡Por favor, no te vayas de mi lado!- Le suplique, pisando mis miedos más recónditos.
- ¿Estás segura de lo que me propones?- Me desafió dulcemente.
- Sí.- Me reafirme. Le arregle el pelo desordenado. Volvía a caer en la pesadumbre.- Si no te importa ser mi asistenta personal, o puedes realizar la labor que desees… ¿Sabes cocer, como tu madre?
- Por ganas seria tu mujer.- Su frase tan audaz me hizo colorear.  Me sumergí en su mundo de fantasía, donde sólo existíamos nosotras dos. Solas contra todo lo que podía entorpecer nuestra dicha, refugiadas en un mundo idílico, dónde no importará que fuésemos dos mujeres amándose.- Yacería cada noche a tu lado, para acunarte si tienes frio o estás tristes, alentaría tus pesadillas, compartiríamos los luceros del alba entrelazadas, sin sentir el temor de ser atrapadas por nadie…
- Suena muy lindo.- Me hizo espacio en su hamaca, y me acurruque entre sus brazos.- Aunque, será difícil y debemos de vigilar, podremos tenerlo si aceptas mi propuesta.
- ¿Mi hermosa siempre eres tan perseverante?- Me abrazo un poco más fuerte y suspiro largamente.
- Soy una Möller, y solemos ser muy cabezotas. Es la primera vez que alguien me hace sentir especial. Me da algo de pavor, no creas. Aún así, en esos días he vivido intensamente. Tienes razón, no será nada fácil. Más para mí, que soy algo beata. Bueno según mi amiga Augusta.
- ¿A dónde está esta mala amiga, que le diré lo bonita y sabia que eres?- Su forma de voltear la cuestión me hizo reír. No le respondí. La mire como un gatito ansioso de mimos.- Te advierto, que me querellaré contra cualquiera que le falte el respeto.
- ¿Te quedarás entonces a mi lado?
- Mercedes, aunque no me lo pidieras, siempre estaré velando por ti. Pase lo que pase, si estamos juntas o no. Seré tu sombra protectora, tu ojo avizor, tu amiga dispuesta a calmar tu desosiego, la manta que te abrigue si hace frio polar,.. Prometo cuidarte, aunque sea desde lejos. Y si realmente deseas que no me vaya, así lo haré. Necesito poner punto y aparte a mi menester de bandida, al menos por ahora. Tampoco me gusta jurar en vano.
Mis ojos se iluminaron y me emocione tanto, que incluso derrame lágrimas. Nos besamos de nuevo, de forma breve. Empezaba a clarear y debíamos de regresar en nuestros aposentos.

Me costó despedirme de ella. Lo único que me consolaba era que al atardecer del nuevo día, por fin estaríamos solas junto al personal doméstico. Me dormí rápidamente, llena de promesas de amor. Entendía mucho más a los personajes de novelas románticas que leía a escondidas. Lo creía todo tan artificial y ficticio. Aún así, estaba descubriendo en mi propia piel, que el amor nos hace volar y nos envía al paraíso.  

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