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Mi amada bandolera. (3) La flor


(3) La flor
 
El palacio Echegaray empezaba a llenarse por la aristocracia más influyente de Santiago de Chile, de las poblaciones de alrededor y por algunos de Villa Ruiseñor. La mayoría solo pretendían curiosear sobre la misteriosa Marquesa Echegaray y seguir festejando el enlace. Tanto jolgorio, halagos, falsedades y chismes me estresaba. No podía refugiarme en mi alcoba porqué entre mis nuevas tareas, era ejercer de anfitriona. Ya tenía la mayoría de tareas organizativas en marcha. Como la asignación de las habitaciones, en función del rango de nuestros huéspedes, la elección del menú de la cena y de la comida del día siguiente, la orquestra por el baile y de las flores para la decoración.
Eran las doce de la mañana y disminuyó la afluencia de gente. Algo exhausta y sobrecargada decidí salir a pasear. Mi marido aún no había llegado, lo haría al atardecer según su misiva. Mi padre y mis hermanos ya habían llegado. Protestaron como era costumbre. Siempre tenían algo de suplicarle a su yerno. Demasiado generoso estaba siendo con ellos. Mis cuñadas estaban distraídas con otras damas.
Era la primera vez que salía sola por Viña. La soledad no me atormentaba, no la rehuía. En el convento me anestesiaba y daba clarividencia en mi mente. Era viernes y en las calles había más bullicio debido que había el mercado semanal. Me dirigí hacia él, por el placer del olfatear el aroma a especies, de las frutas y flores. Las risas, las voces animadas y los cantos de algunos mercaderes era un destello de vida.
La calle principal había mucha muchedumbre. Mujeres con sus bolsas de compra regresando a sus casas, otras discutiendo el precio del producto que querían comprar, hombres en comitivas cerrando pactos,… Vi había una parada que vendían joyas y complementos de ropa.  Siguiendo un extraño impulso me acerque a ella y estudie en detalle cada pieza. En el profundo de mis entrañas deseaba hallar la cruz de mi madre.
De repente, sentí una presencia detrás de mí. Una mujer casi pego su cuerpo al mío. Mi corazón se desbocó. Dicen que la piel tiene memoria, que no solía engañarte. Por eso no me altere. Me giré y no me sorprendió cruzarme con aquellos preciosos ojos, mirándome dulcemente. Seguía sin mostrar su rostro, pues lo tenía cubierto por un pañuelo azul claro, más femenino. Su nariz se mostraba mejor y realmente era divina. Lucía un vestido negro sencillo.
- No se asuste Marquesa Echegaray.- Me imploro con la voz entrecortada. Con delicadeza puso una de sus manos en mi cintura.- Una flor para usted.- En su mano izquierda llevaba una pequeña florecita, con varias tonalidades de rojo, de forma de corazón y uno de sus pétalos parecía el ala de una mariposa. Me la entregó, sin dejar de mirarme. No vi que sonriera, pero lo intuí por el destello en sus ojos. Fui incapaz de enfadarme con la bandida, ni de reprocharle su osadía por su hurto.- La he visto por el camino y me ha susurrado cógela para la dama más bella de Viña. ¡No, se sonrojé! Disculpadme por mi descaro. No pretendía incomodarla.
Le cogí su pequeño presente. Nuestros dedos se rozaron brevemente. Una especie de calambre se extendió de la mano hasta todo el brazo y el resto de cuerpo. Me sentía muy torpe. Ella volvió a tomar la iniciativa, me agarro del brazo izquierdo. Me arrastro hacia una callejuela cercana al mercado. Vio un cobertizo abierto y abandonado. Exploro su entorno y al no ver a nadie, accedimos dentro. Emociones contradictorias me atenazaban. Rabia y alegría. Miedo y serenidad. Peso más la fascinación por su conducta tan atrevida.
- Usted tiene mucho morro. Me asalta, me roba, me secuestra y regala esa preciosa flor.- Protesté, a la vez que me deshacía de su mano. Mi parte racional asilenciaba mis emociones primarias.
- Lo lamento mucho Marquesa, he sido demasiado osada. Sólo pretendo disculparme por lo ocurrido en el asalto y darle las gracias por no delatarme ante las autoridades.- Agacho un momento la cabeza, que seguía cubierta por el fino pañuelo. Me enterneció su actitud. Estuve a punto de levantarle el mentón y robarle una sonrisa. Me la creía, en sus gestos y mirada no existía maldad. Era valiente y no tardo en volverme a mirar. Se puso la manos detrás del cuello, se desbrocho el colgante que llevaba puesto y apareció mí cruz querida.- Tome se la devuelvo. No he gozado venderla. Creo que mi compañero se erro con usted, no se la ve una persona avariciosa. Al fin de cuentas, usted no tiene la culpa de qué la sociedad sea tan injusta y existan las desigualdades sociales.
Alargo la mano con la joya, esperando que se la cogiera. Me había impactado su monologo, nacido des del centro de su corazón. El tiempo se paralizo, mis ojos se perdieron en los suyos, entramos en una dimensión paralela donde flotaba en nubes de algodón. Las mariposas bailaban un alegre vals. Los ruiseñores cantaban una dulce melodía. Moví mi mano hasta acariciar la suya, no me interesaba la reliquia familiar, sino sentir su piel suave como la porcelana. Mis dedos fuero audaces y exploraron los suyos. No me detuvo. Cerré los ojos, escuchado la música celestial de mis entrañas, un gemido entrecortado de la bandolera y nuestras respiraciones aceleradas. Me asusté por aquel intenso vendaval. Abrí los ojos. Ella tenía los parpados sellados, concentrada en sus sensaciones.
Toque el recuerdo familiar. Había sido una parte importante de mí, era como si madre me acompañara y me protegiera desde el cielo. Probablemente, era una señal divina. Le libere la mano y le sonreí.
- Se lo regalo.- Decidí al instante, sintiéndome como una adolescente regalando un pequeño tesoro a su primer pretendiente.
- No señora, no puedo aceptar su generosidad después de todo.- Sus ojos marrones le brillaban y estaban algo húmedos. Me estremecí al percibir su sensibilidad a flor de piel.
- Es el único recuerdo que dispongo de mi madre, pero ya no lo necesito. Prefiero que lo tenga usted.- hice una pausa, tratando de no herirla con mis palabras y no pareciera mal intencionada.- No quiero juzgar como has terminado convirtiéndote en ladrona. Entiendo que hay gente muy necesitada y hambrienta. Cuando estaba de novicia lo veía a diario, la cantidad de personas que acudían a nuestro convento pidiendo comida y algún sitio para refugiarse.
- Así es Marquesa, hay mucha pobreza y la casa real no se percata de ello. No sé de qué nos sirvió conseguir la independencia de Chile, para caer en otra tiranía.- No ocultando su indignación.- Otra vez mil disculpas, usted no se merecía nuestro trato vejatorio. Por favor, acepta que le devuelva la cruz…
- No. Prefiero que la tenga usted. La protegerá. Sus menesteres son muy peligrosos.- Le insistí. Se la cogí de la mano y se la abroche en su suave cuello. Por unos instantes, estuve tentada en quitarle el pañuelo para contemplar su rostro. No me atreví. Me agarro las manos y me las premio con dulzura.- ¿No abría otro modo de ayudar al próximo? No leo maldad en sus ojos y me cuesta imaginármela arrancando la vida a otros, ni que sea por defensa personal y…- Su llanto incremento y me entristeció. No quería ser tan dura.- Lo siento.- Y terminé por abrazarla.
- Usted es un ángel, esta empecinada a ver bondad en el ser humano. No se engañe, nunca me ganaré una plaza en el cielo. He pecado mucho. Soy un ser muy complejo y no merezco sus preciosas palabras.- Sentenció antes de separarse de mí. Se me hizo un nudo en la garganta. Me acarició el rostro, los labios, la nariz, los pómulos… Parecía estar en lucha consigo misma.- Gracias por preocuparse por mí. Deseo que le vaya muy bien en su matrimonio, se merece toda la felicidad del mundo Marquesa.
- Puedes llamarme por mi nombre, Mercedes.
- Un placer. ¿Eso significa qué me quiere seguir tratando, a pesar de todo?- me encantaba cuando susurraba, su voz era sublime y me hacía temblar por dentro.
- Sí está en los designios del destino y acudes a mí en son de paz siempre serás bien recibida.
- No sé, no te prometo nada. No querría ponerla más en peligro.- Se bajo el pañuelo que le tapaba los labios. Me perdí en ellos, en su sonrisa dulce y seductora. Como intuía eran perfectos. Leí en sus ojos una chispa de deseo. Rompí el contacto visual, impactada por las emociones nuevas que brotaban dentro de mí.- Me tengo de ir Mercedes. Cuidase y no cambie nunca.- se despidió, a la vez que volvía a taparse el mentón con el pañuelo. Traté de retenerla un poco más, necesitaba saber cómo se llamaba.- Mejor así, he sido ya demasiado intrépida. No quiero que mienta más por nosotros. Gracias.- Y se fue corriendo, sin mirar atrás. Me apoye en la pared del cobertizo. Deje el aire contenido. Mi corazón seguía latiendo fuerte.
Tarde un poco en recuperar la serenidad. Las piernas seguían temblándome. Me tuve de agarrar a la pared para poder salir. Mire al exterior, esperándola verla vigilándome de lejos. No había nadie. Regrese a la calle del mercado. No había tanta muchedumbre. Me percaté que ya era la hora de la comida. ¿Había estado tanto tiempo hablando con la bandolera?
Regresé corriendo a la mansión. Mi padre me esperaba nervioso en la entrada principal. Sus reproches me indignaron. Siempre había sido una niña dócil, obediente y disponible. Me estaba cansado de acatar a ciegas sus reglas.
- ¿Pero a dónde has estado? Tus suegros están ofendidos por tu falta de etiqueta.- Nunca lo había visto tan cabreado.- Y quítate esa flor del pelo, que pareces una pueblerina en lugar de una autentica Señora. No lo olvides, serás la futura Marquesa Echegaray, debes de mostrar autoridad y clase.
- Sí Señor.- Me la quite y me la oculte en mi mano. Me disculpe y subí a mi alcoba. Escondí la hermosa flor en mi diario. Me cambie de ropa y baje a ejercer de anfitriona.
La risa tonta me acompaño durante toda la velada. La única que se percató de mi felicidad fue María Elsa. Le mentí cuando me pregunto porque estaba tan radiante. En el fondo, sabía que lo vivido eran ilusiones burdas y sin sentido. ¿Una se puede enamorar de alguien en solo verlo un par de veces? Creía que no. Aún así su mirada intensa, sus palabras, su voz aterciopelada, su sonrisa encantadora, su sensibilidad a flor de piel, su piel como la seda, su aroma dulce y floral…, seguían anestesiando todos mis sentidos. Abducida literalmente me tenía. Me había robado el corazón des del atraco.
Mi marido llego a la hora de la cena. Seguía como rehuyéndome. No hubo ninguna palabra cariñosa para mí. Sólo durante el baile, me empezó a mostrar más atención. Ya iba con un par de copas de más. Por desgracia necesitaba alcoholizarse para dirigirme la palabra. Empezaba a mosquearme. ¿Cómo debía de realizar mis obligaciones de mujer si no me deseaba? Por una parte, ya me iba bien porqué Joaquín seguía sin atraerme.
- Siento haber llegado tarde, nos han asaltado por el camino del bosque.- Se disculpo.- Creo que son los mismos que os asaltaron a vosotras.- Me choco tanto que enmudecí.
- ¿Estás bien no? ¿Ha habido muchas pérdidas?- Atine a decir. Aunque era obvio que no. Pues él y su acompañante, el rey que viajaba de incognito, estaban frescos como unas rosas.
- Sí, sí no te preocupes. Sólo ha habido par de bajas de la guardia. Uno de los dos asaltantes ha sido mal herido, espero que haya aprendido la lección o se muera por su atrevimiento, por meterse con quién no debe. ¡Qué se piensan esa gentuza, que son Dioses!
El suelo se me volvió inestable. Deje de mirarlo, incapaz de tolerar tanto odio hacia gente inferior a su rango social. Por mucho que fueran ladrones, se merecía un poco de respeto. Dios era más justo y predicaba en el amor, no en el odio.
- Desear la muerte de alguien Joaquín, tampoco habla muy bien de ti. Por mucho que sean bandoleros, detrás hay un ser humano con una historia.- Le sermonee. Me levanté muy indignada, sin esperar su respuesta. Me faltaba el oxigeno y tuve de salir al balcón del salón de baile. ¿Y si habían herido a mi bandolera? ¿Y si no la volviese a ver más?
Mi cuñada preferida, al verme salir como si mil demonios me persiguieran, me siguió y me agarro fuerte por la espalda. Me encantaba que fuera tan perceptiva. Empecé a llorar, sobrepasada por la intensidad de aquel día.
- ¿Y si han herido a mi asaltante y muere?- le verbalice al final.
- ¡Oh, Merchita lo sabia!- me paso su pañuelo y miro al horizonte.- El amor duele, puede ser imposible. No sé, confiar que Dios se apiade de él y sobreviva. O quizás, no hayan sido los mismos.
- Quiero tener fe que así sea.- Me tape los ojos, algo avergonzada.- No sé aún si es amor.
- ¿Piensas mucho en él? ¿Si lo tuvieras enfrente lo besarías? ¿Te querrías fundir entre tus brazos? ¿Cuándo te toco te estremeciste?
- Demasiado… Y aparte hoy lo he visto.- Le admití al final, necesitaba compartirlo con ella. Había sido un encuentro tan delicioso. Elsa enmudeció y me miró de forma picara.
- ¡Cuñadas, como estáis aquí fuera con vuestros secretitos!- nos interrumpió Augusta molesta. Le gustaba ser el centro de atención de todos. No me fiaba de ella, por eso me calle y mire al horizonte.
- No te preocupes, no te estábamos dejando verde.- Ironizo Elsa.
- Da igual, tarde o temprano lo sabré si me ocultáis algo. Para mi sois un libro abierto.- Bebió un sorbo de vino tinto y se apoyo en la baranda.- ¿Os habéis enterado que los ladrones han vuelto a actuar? En esa ocasión han conseguido herir a uno, otro menos para detener.
- Amiga, por favor, ten más piedad con ellos. Nadie se merece la muerte y más por robar.- Le remarqué con vehemencia.
- ¡Ya ha despertado la beata!- bebió otro sorbito de su copa.- Me voy, sois unas aguafiestas.- Y se fue.
- Perdónala Mercedes.- Se disculpo María Elsa.- Puede ser tan insensible y cruel. No es mala chica. Creo que su madre ha sido un nefasto modelo para ella.
- No te preocupes. Hay algo en que le doy la razón… No sé si merecen morir o no, pero ya sabían a qué se arriesgaban al robar.- Quisiera salvar a la mayoría de almas pérdidas y olvidaba que no todas querían ser rescatadas.
- Es verdad. Anímate Mercedes, presiento que él está bien. Pronto conocerás el auténtico amor, mereces vivirlo.- Me cogió del brazo y me sonrió. Admiraba su optimismo.
- Quizás, sea mejor que no. A fin de cuentas, estoy casada y le debo fidelidad.- Concluí desanimada. No tenía el suficiente valor para confesarle que mi bandolero era mujer. Seguramente, no se escandalizaría. Sólo eran mis barreras mentales que lo censuraban.
- ¿Amiga, crees que Joaquín te es fiel? Los hombres se encaman con otras mujeres. No es justo, pero así es. Mientras a las mujeres se nos prohíbe hacerlo, y si tenemos un amante nos denunciaran por adulterio. Y todo porque nos creen de su propiedad. No te sientas culpable por querer estar con otro, solo intenta ser discreta.
- Gracias amiga. De todos modos, dudo que ocurra nada. Mejor así, porque me pillaría rápido porque no se mentir.- Me sentía algo incomoda y preferí regresar a la fiesta.
Hallé mi marido hablando animadamente con el rey Alberto. Era raro que hubiera viajado sin su esposa y de incognito. Quizás, por la inseguridad de los caminos. Si exigía unos impuestos abusivos, debía estar al caso de que su propio pueblo lo odiaba. Al verme dirigirme hacia ellos dejaron de reírse. Con su permiso me senté a su lado. Me sentí totalmente desplazada y me evadí observando cómo los invitados danzaban.
- Márquez, saque a su esposa a bailar.- Le pidió el monarca. No le apetecía hacerlo, pero un mandato de su amo iba a misa. De forma galante me dirigió al centro del salón e inauguramos la siguiente pieza.
Joaquín era hermoso, de facciones finas. Su bigote fino, me parecía algo gracioso. En intimidad me hablaba de forma algo dulce, pero distante. La sonrisa no se le borraba del rostro, era muy encantador. Sería mi compañero ideal de vida. Debía de olvidarme de la mujer de mirada hipnótica, no me haría nada de bien. Si ella era la ladrona abatida, que Dios la tuviera en su santa gloria.

Próximo capítulo El amor te dará alas para burlar la muerte
Espero que os guste mi fanfic. Muchas gracias por leerme.

Comentarios

  1. Super la historia estoy ansiosa x los proximos escritos espero no tardes xfa

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Siempre es un placer saber si lo que escribes gusta o no, o si más no la historia os parece interesante.

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