(4)
Perdiéndose en la ciudad
Barcelona
estaba cubierta por una densa niebla húmeda, pegajosa y fría. Aún así, en las
famosas Ramblas se respiraba mucha vida. Gente paseando para arriba y abajo,
hablando en distintos idiomas que se solapaban y componían una extraña melodía.
Había
tiendas de flores y de mascotas. Se iba parando en ellas, en especial en las
que tenía conejos. Le gustaban esos animitos. Recordó el que tubo cuando era
pequeña, era blanco y muy manso. Lo llamaba Bola de algodón. Se le murió de
forma repentina. Su madre adoptiva le culpo a ella porque no fue suficientemente
responsable, y no quiso comprarle otro conejo. Y des de entonces, su vida era
como la profecía auto-cumplida, dándole la razón a su madre. No en vano era un
desastre y una irresponsable.
Lo
que le sorprendió ver en las Ramblas fueron las estatuas humanas: la figura de
Don Quijote la Mancha, Superman, dos motoristas... Aquellas personas anónimas
permanecían inertes a pesar del frió. A todos les tiro propina y le dedicaban
un grácil movimiento.
Más
adelante, pasado una parada de metro Liceo vio a varios pintores pintando,
haciendo caricaturas... Los cuadros que vendían eran espacios de la ciudad
Condal. Se entretuvo también mirándolos.
Aún
no había buscado hotel y llevaba consigo la maleta. Era un aspecto que no le
preocupaba. Únicamente, no quería pensar en nada. Quería andar, descubrir cada
palmo de Barcelona.
Recorrió
con calma todo el paseo, hasta llegar a su final, donde se erguía la regía
estatua de Colom. Al que se le otorgo el mérito de descubrir América. Enfrente
de él se extendía el mar Mediterráneo. Se dirigió hasta el puerto, donde
sobresalía majestuoso centro comercial. En otra época, aquel sitió hubiera sido
su perdición.
Quería
escuchar el sonido del agua y perderse mirando el horizonte. Nada se veía en
él, sólo algún destello de un avión sobrevolando la ciudad. Las estrellas
estaban ocultas. El zumbido de coches se mezclaba con el sonido del agua
repicar contra la piedra del puerto.
Camino
por aquella zona comercial y luego se perdió en el barrio de la Barceloneta,
que daba al mar. La playa estaba desértica en aquella hora. Decidió sentarse un
rato en la arena y disfrutar del silencio nocturno. No pudo evitar sucumbir en
los recuerdos.
Anni
cantándole cerca del oído, declarándose con aquella preciosa canción. Anni
resurgiendo en medio unas hondas tinieblas, a pesar de sus desplantes para aliviarle
el dolor. Siempre estuvo allí para ella. Para bien o para mal, doliese o no,
fue dura con ella y eso le ayudo a ser mejor persona.
Anni
le revitalizó, le enseño un mundo lleno de sensaciones. Sus manos la hicieron
vibrar como nunca y nadie la había hecho sentir tan especial. Aún así, había
preferido abandonarla. La rabia la carcomía por dentro, una rabia contra sí
misma y que la intranquilizaba. Se levantó y siguió andando sin destino.
Salió
de la Barceloneta y se perdió por las calles paralelas de la Rambla. Paso por
la catedral de la Mar, la cual ya estaba cerrada. No era religiosa, pero
reconocía que creer en algo debía llenar el vació existencial.
A
medida que se adentraba por el barrio Gótico, iba percibiendo que cada vez
había menos gente paseando. Muchos pequeños comercios se estaban cerrando. Al
pasar por la calle Aviñón, en la esquina de la calle Cervantes, le captó la
atención una bandera del arco iris. Se trataba de una librería de temática homosexual.
Aún estaba abierta. No entró. No le gustaba mucho leer y jamás había leído ninguno
de aquel estilo.
Localizó
el último libro que Anni se había leído. Por unos instantes, estuvo tentada en
comprarlo. En cierta forma, era una forma de sentirla. Se arranco aquel
pensamiento y se obligo a seguir andando. Prosiguió por la calle Aviñón y al
ver aún un supermercado abierto no dudo en acceder.
Compró
una botella de cava Catalán y latas de cerveza. Brindaría por su mala suerte en
el amor, por su estupidez, por su cabeza hueca... Pagó y salió al exterior. Estaba
helada, la niebla se estaba colando en sus entrañas lentamente. Las botas de
tacón le empezaban a dañar los pies. Lo más sensato sería buscar un hotel.
Al
terminar la calle Aviñón, giró hacia la derecha porqué sintió a mucha gente
chillar y cantar una canción. Procedía de la plaza de St. Jaume, la cual estaba
llena de gente con banderas con rayas horizontales, de dos colores: roja y
amarilla. Algunas además llevaban una estrella blanca dentro de un triángulo
azul, debían de ser las banderas independentistas pensó Jasmin.
Se
apoyo en una pared de la esquina. Observó como los manifestantes defendían su
causa de forma pacífica y alegre. En setiembre vio por la tele la impresionante
V que construyeron para poder votar al 9N. Abrió una cerveza y se la bebió
rápidamente.
El
alcohol empezó a ejercer su efecto paliativo. Pero pronto se le paso. Estando
parada las piernas se le enfriaron aún más. El cansancio y el mal dormir le
pasaban factura.
Retrocedió
y se perdió por la calle la Boqueria y otras, hasta llegar a la plaza del Pi.
En la cual también había una iglesia. Cerca de ella había un vagabundo durmiendo.
A su lado había un viejo carro de compra, lleno a tope de cartones, plásticos y
alguna que otra lata. No era el primero que veía y le parecía muy triste. El
mundo estaba lleno de desigualdades.
Le
seguían doliendo barbaridad los pies. Decidió descansar. Se paró en un bar
cerrado, que tenía un poco de portal. Puso la maleta al suelo y se sentó encima
de ella. Des de allí veía al sin techo. Estaba durmiendo, pero su presencia le
daba seguridad. Aunque muy tarde no era, sólo las 22:30H.
Abrió
la botella de cava. Hizo volar el tapón y se derramó un poco de líquido dorado
por el suelo. Brindó por Anni, para qué todo le fuera bien por Berlín.
-
¡Para tu felicidad!- un trago por cada deseo que le pedía por su ex.- ¡Por
todas tus futuras conquistas!
En
casi una hora se había terminado la botella. Los ojos se le empezaban a cerrar,
los parpados le pesaban. Se apoyo a la puerta, luciendo una sonrisa tonta en
los labios. Se imaginaba que Anni aparecía de repente, de la nada, y la
rescataría de caer en el precipicio. Igual como tantas otras veces.
Su
cabeza le rodaba, como si fuera un ventilador. Luego vino una calma
estremecedora. Unes nubes que parecían algodón. Y en medio de aquel paraíso bucólico
sintió unas voces de hombres amenazantes y unos golpes violentos.
Abrió
los ojos inmediatamente y lo vio todo. No había sido un mal sueño, era la
realidad pura y dura. Un par de chicos, vestidos de negro, estaban agrediendo
verbalmente y físicamente al pobre vagabundo. Le daban patadas sin piedad, le
escupían…
Se
quedó bloqueada, temiendo que fuesen después a por ella. Permaneció inmóvil,
por no captar su atención. De repente, el pobre hombre aulló de puro dolor que
le debían hacer las heridas. Si no paraban le matarían, pensó Jasmin.
Y
sin meditarlo previamente, ni saber cómo halló las fuerzas, agarró la botella
de cava vacía y salió de su escondite para defenderlo. Les chillo varios
impropios en ingles. Ellos se pararon y se rieron de ella. Los desafió,
ocultando su pánico.
El
más bajo de los dos, se le acerco en plan seductor. Le valió un buen golpe en la
cabeza con la botella, que se hizo añicos. Por suerte, lo dejo fuera de
combate. El otro agresor agarro un bate y le golpeo fuerte en la barriga. Se
doblego de puro dolor. A la vez, recibió otro golpe a traición a la espalda que
la hizo desplomarse al suelo.
A
partir de este momento, dejo de sentir. Sus ojos se cruzaron con los del
vagabundo, que tenían un lacerante rictus de dolor. Se compadecieron mutuamente
de su destino.
Jasmin,
sintió una holeada de rabia. No tenia que permitir que se salieran con la suya.
Se levantó tambaleándose, ignorando las suplicas del hombre malherido. Con
ligereza, y sin pensarlo se tiro encima del chico del palo de beisbol. Le empezó
a morder a donde podía. La empentaba, pero ella volvía a atacar, hasta que le hirió
la mano derecha.
Dejo
caer el arma blanca, chillando de dolor. Entonces, lo aprovecho para cogerlo
ella. Lo empuño con fuerza para devolverle todo el daño causado. Lo hubiera
hecho si no fuera que se escucharon varias sirenas de coches de la policía. Los
dos chicos se fugaron.
Jasmin
dejo caer el bate y se agacho a socorrer al herido. Le dio la mano y se le
agarro con fuerza, en señal de agradecimiento. Jasmin le sonrió. Se sentía
magullada, pero más llena que nunca.
No
tardaron de llegar varios policías autonómicos, que se hacían llamar los Mossos
de Esquadra. Le inundaron de preguntas, pero de repente se sintió muy débil y
se desmayó.
(5)
¡Te odio Jasmin!
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