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CAMINO DE SANTIAGO EXPERIENCE, MI CAMINO (II)

Después de casi un mes de haber realizado el trozo del camino de Santiago, retomo mi monólogo. No escribí diario, de hecho ni me lleve nada por escribir (quería ir ligera y con lo imprescindible para no excederme con el peso. Aunque, siempre sobra algo). Hubiera podido acudir a un ordenador e ir narrando mis vivencias, como ya hice al día 16/05/216. Pero tras andar y acomodarme en el albergue, sólo me apetecía una buena ducha, ir a comer, la siesta, pasear para conocer la localidad…
Poco a poco, deje de pensar en la sola que me sentía, aunque estaba de rodeada por muchos peregrinos de todas partes del mundo, para disfrutar de la experiencia. Si no dominas el inglés vas coja. Saber español tampoco ayudo, porque la mayoría de los extranjeros que conocí no lo sabían hablar y ni lo entendían todo. Aunque, siempre hay consignas y con el lenguaje no verbal uno también se hace entender.
En cierta forma, la actitud de muchos de ellos me pareció soberbia al pensar que con el inglés se puede ir a todos los sitios. Igual debía pasar cuando España fue un gran imperio. Pienso que mi país es generoso con los turistas, los restaurantes abren a las horas que suelen comer, les hablan en su idioma…  Mientras que si visitamos a sus países, uno se debe de adaptar a sus horarios, sino quieres quedarte sin comida.
Pude comprobar también que si las personas hacen el camino en grupo se cierran mucho. Si son amables y educados, pero no se abren tanto. Por eso, a veces me sentí algo sola. Irónico, porqué también soy una amante de la soledad.
De todos modos, no fue para nada una experiencia nefasta (aunque parezca lo contrario, por haber empezado con lo más negativo). Simplemente, trato de ser sincera conmigo misma. Siempre buscando algo que no encuentro. Sí, valoro mucho mi independencia (como efecto colateral de haber padecido por la gran dependencia hacia una amiga, por todas aquellas perdidas inevitables durante la vida). Quizás, por ello he pasado al polo opuesto. No es malo serlo, pero a veces me pregunto si seré capaz de dejar entrar a otra persona en mi vida. Contradictorio lo sé.
Del camino me llevo muchos momentos, el paisaje, los olores, los sonidos… a medida que los días iban pasando me fui olvidando de los problemas fútiles de mi existencia y todo parecía sencillo.
Siempre recordaré a Hilton, un brasilero mayor, que me recordaba al párroco de mi pueblo. Fue mi profesor de religión en el instituto, muy bueno por cierto. No era una doctrina a la religión católica. Hablaba de las religiones en general: buda, islam… Solía ponernos pelis como el Exorcista, Naranja Mecánica, La Misión.
Hilton me pareció una persona muy afable, que también le gustaba sacar fotos. Le cogí cariño. Lo conocí saliendo de Logroño, andando por el extenso parque de la Grajea. Interminable por algunos y hermoso para mí. Hablamos un poco. Él iba descansando y disfrutando del paisaje. Seguí andando y lo deje atrás. En Navarrete me lo encontré por la tarde, en el supermercado. Me saludo con mucha jovialidad, dándome un par de besos afectuosos. Me encantaba su entusiasmo.
En Santo Domingo de la Calzada, en Nájera nos cruzamos y andando hasta Belorado andamos un rato largo juntos. En Vilafranca de los Montes de Ocas lo vi por última vez, pues yo me quede en este pueblo y él siguió hasta San Juan Ortega. Eche en falta encontrármelo más los días siguientes. Lo veía como un abuelo afectuoso, que hubiera gustado compartir más momentos.
17/05/2016
De Navarrete a Nájera, ande junto a un francés. He olvidado su nombre, creo que se llamaba Eric. Iba enfrente mío y me fije que no siempre saludaba con alegría a todos que se cruzaban con él. Pasado el pueblo de Ventosas, terminamos andando juntos. Hablaba mucho, algunas cosas no las entendía.
Paseamos entre las viñas Riojanas, sintiendo a aves cantando y los ruidos de la natura. Me quedo claro que era un amante de la natura, de su hijo, ecologista y anti los imperios empresariales.
Por el camino me queje que me dolía el pie derecho, al dedo pequeño me estaba saliendo una ampolla. Él de inmediato se ofreció para curármelo. Saco su botiquín. Me lo desinfecto, tapo y vendo. Gracias a Eric no me salió la ampolla. Los otros días me lo vende igual y me fue genial. Me lo hizo genial y con mucho tacto.
Me enseño también a fijarme con las huellas del camino, para orientarme cuando las señales no era suficiente claras. Aunque el camino estaba muy bien indicado.
En un pequeño merendero, con una caseta de vigilancia, encontré a Hilton comiendo. Nos juntamos con él y me comí una naranja. Cuando ando me saben a gloria. Cada día me compraba para el día siguiente. Tampoco fallaba el jugoso zumo de naranja para el desayuno.
Creó que durante esta semana tuve una vida muy sana. No tome nada de coca-cola, sólo un café diario, hice ejercicio, iba a dormir pronto, comía lo justo y no necesario, mucha fruta…
Llegue a Nájera casi a las 14H y me despedí de buen compañero de viaje, porqué él continuaría hasta el pueblo siguiente, Azofra. No coincidimos más. En albergue de esta localidad, coincidí con un hombre de Barcelona y otro de mayor que parecía conocer mucho el territorio.
Cada día era casi la misma rutina, levantar-se, iniciar la ruta, disfrutar del precioso paisaje, comer, llegar a la localidad que querías llegar, encontrar un alojamiento, ducharse, lavar ropa, ir a comer, la siesta, hacer una ruta turística, si encontrabas a alguien con quien hablar pues muy bien…
Era la primera vez que dormía en albergues, compartiendo habitación con desconocidos. Vergüenzas fuera, tampoco fue tan horrible. Lo único malo era que había gente que roncaba y los tapones de cera poco hacían.
18/06/2016  De Nájera a Santo Domingo de la Calzada
Ese fue el peor día de mi camino. Me dolió mucho la pierna izquierda y no podía parar, porque si paraba más daño me hacía. No podía doblegar la pierna. Me costó llegar a mi destino. Y tuve de subir la peor cuesta de todo mi camino. Parecía interminable. A parte, hacia un sol tremendo. Pero todo llega a su fin, lo bueno y lo malo. 
En el altiplano, el fin de la gran cuesta, había un merendero y un vendedor ambulante de bebidas y fruta. Muchos peregrinos se paran allí, para tomarse un merecido descanso.
Allí coincidí con el grupo de amigas de 50 años de Barcelona, que viajaban ligeras (pues se hacían llevar las maletas por el servicio de taxi). Algunas eran simpáticas, alguna que otra bonita. Pero era un grupo cerrado.
Había un grupo de hombres de Cataluña, de la zona de Tortosa (cerca frontera entre Cataluña y Valencia), que invitaron a comer melón (muy jugoso por cierto). Yo me comí una insípida naranja. Uno de ellos lo noto por el olor y me regalo una naranja. ¡Qué rica que fue! Gracias por vuestra rica fruta.
Una chica holandesa iba recolectando flores y las fue regalando a todos que estábamos en el merendero. Actos sencillos, sin nada a cambio y espontáneos son tan gratificantes que lo compensan todo. Es la lo más bonito del camino. Gracias a esa gente única, que te da sin pedir nada a cambio.
Esa parte fue la mejor del día. Llegue a Santo Domingo y encontré sitio al albergue parroquial. Allí volví a coincidir con el hombre mayor, con el de Barcelona, con el grupo de amigas ye-ye, con la italiana joven que me cruce varias veces por el camino…
Tengo de agradecer por haber terminado aquel tramo, pero sobreviví. A parte, no pude desconectar del todo de mi realidad. Creo que aparte de dolerme horrores la pierna izquierda, me cogió una insolación.
Recuerdo de aquel día, una charla nocturna en la calle con alguien del albergue sobre el mundo, la política y la alegría de la italiana joven. Un hombre ponía música de fiesta mayor en la plaza de enfrente. Nadie bailo. Hacia algo de frio.
Me fui en la cama, con la esperanza que al levantarme estuviera mejor. Decidí no hacer tantos quilómetros el día siguiente y me quedaría en el pueblo de Viloria (en el albergue que esta apadrinado por Jorge Bucay). Debía de escuchar a mi cuerpo, pero una decisión precipitada.
Antes de irme en la cama, me fui a los servicios a limpiarme los dientes. Allí coincidí con una mujer de 50 años, que se fijó en mi cuello quemado por el sol. Al saber que no disponía de crema hidratante, se fue a buscar la suya y me la regalo. Otra vez, gracias por esos ángeles que aparecen sin más y te ayudan sin pedirlos.

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