Supergil, nacida para lucir (I)

Dicen que la perfección no existe. Quizás así sea. De todos modos, crei haber hallado la perfección cuando te vi por primera vez. De esto ya hace mucho tiempo, puede que entre unos 15 o 20 años. Yo era una adolescente que empezaba a volar libre por el mundo. Estudiaba lo que deseaba y vivía en la provincia de Barcelona, en la gran urbe. Aquellos tiempos entrañables, rompiendo inercías, desubriendo nuevos planetas, hallando mi escéncia... Pero fue cerca de mis raíces donde te encontré. Jamás te había visto por mi ciudad. Fuiste com un aire refrescante, como una pieza sin encajar en un sitio. Una perla preciosa fuera de habitat, aún por polir. Admito que la primera vez me impactaste, pero te olvide. Fue como un hecho curioso y mistico. En la segunda ocasión, fue casi apoteósico. Antes eras un diamante en potencia. Alcanzaste tu exhuberante poder de mineral precioso. Tomaste partido de tu hermoso cuerpo, de tu bellesa. Pues, trabajaste de modelo. Recuerdo que me miraste, con tus preciosos ojos marrones. Fue como entrar en una dimensión desconocida, dónde estabamos ella e yo. Estraño miraje me invadio, atandome a tu ser y convirtiéndome en su admiradora secreta. Un amor platónico, en realidad, siempre ha sido. Un amor sin sentido, que no se corrompe... Ha iluminado mi existencia bastante tiempo. Nada me aporta, que el mero hecho de contemplar la belleza pura. Y he tenido la mala costumbre, de buscarla en otras mujeres. Nada se puede comapar. Nunca seran ella. No existen los ideales, pero mi ideal es ella. No es sano refugiarse eternamente en recuerdos absoletos. Pero va bien tener asideros para aliviar un poco el vacio.